sábado, 12 de marzo de 2011

La crisis de las sociedades capitalistas liberales (1914-1929)

"Se desencadenó una crisis económica mundial de una profundidad
sin precedentes que sacudió incluso los cimientos de las más sólidas economías
capitalistas y que pareció que podría poner fin a la economía mundial
global, cuya creación había sido un logro del capitalismo liberal del siglo XIX.
Incluso los Estados Unidos, que no habían sido afectados por la guerra y la revolución,
parecían al borde del colapso. Mientras la economía se tambaleaba,
las instituciones de la democracia liberal desaparecieron prácticamente entre
1917 y 1942, excepto en una pequeña franja de Europa y en algunas partes de
América del Norte y de Australasia, como consecuencia del avance del fascismo
y de sus movimientos y regímenes autoritarios satélites. “


Las huellas de la Primera Guerra Mundial

El desastre demográfico

El saldo de la Primera Guerra Mundial fue catastrófico. Costó alrededor de diez millones de vidas humanas y una cifra similar de heridos y mutilados, casi todos europeos. A ello hay que sumarle las muertes causadas por las epidemias y las pésimas condiciones de higiene.

Las transformaciones territoriales: los tratados de paz

La Primera Guerra Mundial finalizó en noviembre de 1918. A comienzos del año siguiente, representantes de treinta y dos naciones se reunieron en Francia para determinar las condiciones que se les impondrían a los países vencidos. Ellas fueron decididas, en realidad, solo por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Los Estados perdedores (Alemania, Austria, Hungría y Turquía) no participaron en ningún momento y sólo fueron convocados al final de los debates para firmar los tratados de paz.
Se firmaron varios tratados, uno por cada nación derrotada. El más importante fue el Tratado de Versalles en el que se establecían las condiciones que debía cumplir Alemania.
Como consecuencia de los tratados de paz, se formaron nuevos países con los territorios de los Imperios que fueron derrotados en la guerra: el Imperio Alemán, Austro-Húngaro y Turco. El Imperio Ruso también desapareció pero por una revolución socialista que se produjo en 1917. En el Medio Oriente: Inglaterra y Francia se repartieron las posesiones del derrotado Imperio Turco. En Palestina, el gobierno inglés se había comprometido a establecer “una patria nacional” para el pueblo judío. Esta es una de las principales causas del conflicto actual entre palestinos e israelíes.

La Revolución Rusa
El Imperio Ruso
Mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, en el Imperio Ruso se produjo una revolución que, al igual que la Francesa, convulsionó a todo el mundo y a lo largo de todo el siglo XX. El Imperio Ruso abarcaba un territorio extenso de casi 22 millones de kilómetros cuadrados poblado por unos 170 millones de habitantes pertenecientes a distintas nacionalidades; predominaban los eslavos (rusos, ucranianos, polacos y bielorrusos) y el resto eran turcos, judíos, finlandeses, alemanes y descendientes de mongoles. Todos ellos debían aceptar la autoridad de un emperador o zar que ejercía su voluntad  límite alguno pues se consideraba que su poder venía de Dios. El zar gobernaba con el apoyo del ejército, la policía, la nobleza y la Iglesia ortodoxa. El desarrollo económico del Imperio Ruso era desparejo. Alrededor del 90% de la población se dedicaba a la agricultura, muchos eran campesinos hambrientos y semianalfabetos que cultivaban con las mismas técnicas que sus padres y abuelos. La mayoría de las tierras pertenecían a la nobleza o aristocracia rusa.
La industria había crecido desde mediados del siglo XIX, sólo en algunas ciudades como Moscú, San Petersburgo y Kiev. Con el aporte de capitales y maquinarias fundamentalmente franceses, se dedicaba a la fabricación de armamentos y material ferroviario. La industrialización permitió el crecimiento del proletariado. En San Petersburgo, por ejemplo, los obreros representaban el 50% de la población. Entre ellos, comenzaron a tener éxito las ideas del socialismo marxista. En 1897, los socialistas habían fundado el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Lenin fue el dirigente de este partido que alcanzó más popularidad entre los obreros de las fábricas. Fue quien adaptó el marxismo a las condiciones específicas de Rusia; planteaba
que para terminar con las injusticias del régimen zarista, los obreros debían hacer una revolución y construir una sociedad igualitaria, sin explotadores ni explotados.
Desde fines del siglo XIX, comenzaron a desarrollarse muchos conflictos sociales debido a las malas condiciones de vida y de trabajo, a las que se sumaba la falta de libertades sindicales y políticas.
Las revoluciones de 1917: febrero y octubre
El Imperio Ruso participó en la Primera Guerra Mundial en el bando aliado, formaba parte de la Triple Entente. Pero su intervención fue desastrosa. Los alemanes derrotaron con facilidad a su ejército y ocuparon parte de su territorio. Los habitantes de las ciudades y del campo sufrieron los efectos de la guerra: las fábricas cerraban por la falta de materias primas y los campos sembrados fueron destruidos. El hambre, el desempleo y la conflictividad social aumentaron. En el ejército, el desastre militar debilitó la autoridad y provocó el descontento entre los soldados. En toda Rusia se organizaron soviets (en ruso significa consejo) formados por delegados de soldados, obreros y campesinos que se oponían al gobierno del zar y, a través de su accionar, se fueron convirtiendo en organismos de poder y adquirieron experiencia para la lucha. Tantos años de descontento contra la opresión y las injusticias afloraron en forma explosiva.
A fines de febrero de 1917, el zar Nicolás II ordenó disparar contra una manifestación. Los soldados desobedecieron y se unieron a la multitud. Al no poder controlar la situación, el zar renunció y lo reemplazó un Gobierno Provisional. Estaba integrado por hombres que proponían reformas moderadas y lentas pero nada hicieron para mejorar la situación de la población y terminar con la guerra. Al no ver satisfechas las principales reivindicaciones, pan, paz y tierra, el descontento popular fue en aumento. Los obreros tomaron el control de las fábricas y los campesinos se apoderaron de las tierras. Muchos soldados, cansados de los sufrimientos de la guerra, desertaron. Otros se rebelaron contra sus oficiales y también organizaron soviets. Mientras tanto, crecía la influencia de los bolcheviques, socialistas seguidores de Lenin. Éste se fue transformando en el líder del partido y de las masas obreras. Convencido de que había llegado la hora de la revolución proletaria de la que hablara Marx, lanzó la consigna “todo el poder a los soviets”, un grito que se extendió por todo el territorio ruso. Pocos meses después de octubre, en la noche del 24 al 25 de octubre, el Gobierno Provisional fue derrocado sin ofrecer resistencias y el Partido Bolchevique y los Soviets tomaron el poder. Al día siguiente, se formó el primer Gobierno Obrero y Campesino del mundo en el que los bolcheviques tenían mayoría. Lenin fue nombrado su presidente. Por primera vez en la Historia llegaban al gobierno un partido socialista y organizaciones de obreros y campesinos. No solo por esto la Revolución Rusa fue el hecho histórico más importante del siglo XX. Además, porque casi todo lo que sucedió a lo largo
de ese siglo estuvo relacionado, directa o indirectamente, en apoyo u oposición, con esta revolución.
La construcción del Estado Soviético
Los bolcheviques necesitaban terminar la guerra para comenzar a construir un país socialista. Además, era la principal demanda de la población. Por este motivo, una de las primeras medidas aprobadas por el nuevo gobierno fue la firma de un tratado de paz con Alemania. Por este acuerdo los bolcheviques se vieron obligados a ceder a los alemanes un cuarto de su territorio y cantidades importantes de hierro y carbón. Sin embargo, después de la derrota de Alemania, a fines de 1918, y con los tratados de paz en gran parte de estos territorios se formaron países independientes como Finlandia, Letonia, Estonia y Lituania. Otra de las medidas tomadas por el Gobierno Obrero y Campesino fue la eliminación de la propiedad privada. Las tierras ya no pertenecían a la aristocracia. El nuevo gobierno entregó la tierra a todos los ciudadanos que desearan trabajarla. La compra, venta y alquiler de la tierra así como el empleo asalariado, fueron prohibidos.
Otra medida importante fue el control de los obreros sobre las empresas de más de cinco trabajadores y la nacionalización de los bancos. Estas medidas y el tratado firmado con los alemanes despertaron el horror y la indignación de los gobiernos occidentales. Sin embargo, no se creía que el nuevo gobierno, llamado soviético sobreviviera. Se esperaba que en días o semanas fuera derrotado por el “ejército blanco”, apoyado por quienes estaban en contra de la revolución y querían la restitución del zar, entre ellos, las principales potencias
occidentales. Para defenderse, el gobierno soviético organizó el “ejército rojo” integrado por obreros, soldados y campesinos que defendían la revolución. Finalmente, tras una larga guerra civil que duró entre 1917 y 1921, los “rojos” lograron vencer a los “blancos”. A pesar del triunfo, la guerra civil dejó sus huellas. Se creó un nuevo Estado, muy centralizado en manos del Partido Bolchevique, llamado Comunista desde 1918. Se prohibieron las críticas internas y se constituyó un sistema de partido único, al que se denominó dictadura del proletariado. En materia económica, se confiscó los granos a los campesinos, una medida muy
antipopular. En 1921, al finalizar la guerra civil, el panorama era desolador.

La crisis de las democracias liberales
La situación de Europa luego de la Primera Guerra Mundial

La Revolución Rusa tuvo un gran impacto en todo el mundo. Despertó simpatías en la mayoría de los trabajadores europeos y en muchos latinoamericanos, como en los mexicanos. También en algunos sectores de la clase media que comenzaron a afiliarse a los Partidos Socialistas y a los recién creados Partidos Comunistas. Por el contrario, entre los grandes propietarios rurales, los industriales y los militares, se agudizó el temor a que se produjeran revoluciones sociales similares a la rusa.
La conflictividad social se profundizó, además, por la crisis económica que se desencadenó luego de la Primera Guerra Mundial: falta de trabajo para los hombres que volvían de la guerra, escasez de alimentos, aumento de precios... Eran frecuentes y masivas las manifestaciones y huelgas en reclamo de mejores condiciones de vida y de trabajo. Este clima de polarización política y alta conflictividad y el desprestigio de los gobiernos por no haber podido evitar la guerra, favoreció el surgimiento de ideologías dictatoriales como el fascismo y el nazismo, que pusieron fin a las democracias liberales.

Democracia liberal: sistema político en el que rigen los derechos políticos y
civiles y las libertades individuales como la libertad de prensa, de opinión, la
existencia de varios partidos políticos y el derecho a ser juzgado. Puede ser
una república o una monarquía pero con un parlamento integrado por legisladores
elegidos por el voto de los ciudadanos.

El fascismo italiano
A comienzos del siglo XX, Italia era un país con una situación económica y social despareja: mientras que en el norte se había logrado un importante desarrollo industrial, en el sur, la actividad principal seguía siendo la agricultura. Su forma de gobierno era una monarquía parlamentaria. En 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial pero como aliada de la Triple Entente a pesar de ser uno de los países firmantes de la Triple Alianza. Su cambio de bando estuvo muy influenciado por las promesas de territorios que le habían hecho los países aliados. Sin embargo, los tratados de paz no le concedieron al gobierno italiano lo que pretendía. A partir de ese momento, los sectores nacionalistas disconformes, comenzaron a hablar de la “victoria mutilada”. 
El ascenso del fascismo: la “Marcha sobre Roma” y la llegada de Mussolini al gobierno
Durante la guerra y luego de ella, el costo de la vida en Italia había subido más rápidamente que los salarios y en consecuencia, el nivel de vida de la clase trabajadora había empeorado. Para recuperarse de esas pérdidas, las organizaciones obreras protagonizaron, durante el año 1919, más de 1.800 huelgas, un gran número de fábricas fueron ocupadas y muchas de ellas pasaron a ser administradas por los trabajadores. Algo similar ocurría en el campo. El hambre hizo que los jornaleros se apropiaran de las tierras de los grandes propietarios.
“Una buena parte de la clase media vio con recelo cómo campesinos y obreros utilizaban su fuerza para conseguir mejoras salariales que ellos eran incapaces de alcanzar. Poco a poco, la subida de los precios condujo a legiones de funcionarios, profesionales y rentistas a situaciones de miseria. El avance de las fuerzas obreras y la actitud y los discursos de políticos del Partido Socialista hicieron pensar a mucha gente que la revolución era inminente. Además, la oposición de los socialistas a la guerra y su clara actitud antimilitarista provocaron aun gran resentimiento en el seno del ejército, tanto entre oficiales en activo como entre los que lo habían sido durante la guerra. La incapacidad de los partidos gobernantes (liberales, moderados radicales) para contrarrestar a los socialistas y garantizar gabinetes estables y eficientes hizo que la burguesía industrial, los grandes propietarios agrícolas, las clases medias, los funcionarios, el ejército y la misma Corona comenzasen a pensar que cualquier solución que permitiera restablecer el orden era preferible al ascenso imparable de las fuerzas obreras socialistas. Sólo teniendo en cuenta este clima de consentimiento podemos entender la facilidad con que el Partido Fascista y Mussolini consiguieron el poder.”
En este clima de agitación política y social surgió, en 1919, un nuevo grupo nacionalista, los fascio de combate. Se distinguía por ser un grupo organizado militarmente, con uniforme (camisas negras) y un saludo
(el de los emperadores romanos). Uno de sus líderes era Benito Mussolini, un ex-maestro de escuela, que proponía restaurar el orden en el país, eliminar el comunismo y recuperar el prestigio de la nación italiana en el exterior. En noviembre de 1921, Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista, que muy pronto tuvo 700.000 afiliados. Su próximo paso fue hacerse cargo del gobierno. Con esa intención organizó, en 1922, la "marcha sobre Roma”: los fascistas se encaminaron a la capital, ocuparon edificios públicos y centros de comunicación para presionar al rey, Victor Manuel III. Pretendían que Mussolini fuera nombrado primer ministro. Tuvieron éxito.
“Además de combatir al socialismo, el fascismo ataca a todo el conjunto de las ideologías democráticas, y las rechaza tanto desde el punto de vista de sus premisas teóricas como de sus aplicaciones e instrumentaciones prácticas. El fascismo niega que el número por el simple hecho de ser número, pueda dirigir las sociedades humanas; niega que este número pueda gobernar mediante una consulta periódica; afirma la desigualdad irremediable, fecunda y beneficiosa de los hombres, que no se puede nivelar mediante un hecho mecánico y extrínseco como es el sufragio universal. Se pueden definir como regímenes democráticos aquellos en los que, de tanto en cuando, se da al pueblo la ilusión de ser soberano, pero la verdadera y efectiva soberanía reside en otras fuerzas [...]”
El Estado fascista
Poco a poco, Mussolini fue controlando totalmente el poder. Mantuvo la figura del rey pero la vació de autoridad. Los partidos políticos fueron disueltos (excepto el Fascista), los opositores, incluso los de su propio partido, fueron perseguidos o asesinados, se estableció la censura de prensa, se instauró la pena de muerte y se prohibió y persiguió toda actividad sindical no fascista.
La radio, el cine y el teatro estaban igualmente controlados. La enseñanza en escuelas y universidades era supervisada, los maestros debían usar uniformes y se escribieron nuevos libros de textos que elogiaban al fascismo. Mussolini no toleraba huelgas ni cierres de empresas. Sostenía que el Estado debía jugar un papel de árbitro en los conflictos entre obreros y empresarios, sin embargo, éstos se negaban a aceptar las decisiones del Estado. Casi siempre, los conflictos se resolvían en contra de los obreros. En la política económica, el fascismo defendió el capitalismo pero impulsó una fuerte intervención del Estado, un proteccionismo para la industria nacional y la independencia económica de Italia. Esta política favoreció sólo a algunas grandes industrias que, como la Fiat o la de armamentos, contaban con la protección del Estado. Sin embargo, el nivel de vida de la mayoría de la población descendió en relación al de otros países europeos. El Estado fascista finalizó cuando Italia fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial en la que combatió junto con la Alemania de Hitler. Mussolini quedó sin apoyos, fue destituido por el rey en 1943 y
asesinado en 1945 por quienes habían sufrido la opresión del régimen fascista.

El Nazismo
Mientras Mussolini gobernaba Italia, Alemania no quedó al margen de la crisis de las democracias liberales. Por el contrario, también se impuso en ese país un régimen fascista mucho más terrible que el italiano y con características particulares.
La República de Weimar
Hasta finalizar la Primera Guerra Mundial, Alemania había sido gobernada por una monarquía. Luego, y como consecuencia de la derrota, se estableció una república federal, parlamentaria y democrática, conocida como República de Weimar. En esta República, el Partido socialista alemán (SPD) era el que tenía mayor poder político: el presidente y la mayoría de los diputados eran del SPD. Los socialistas de este partido no estaban de acuerdo con una revolución similar a la que se había producido en Rusia. Pensaban que el socialismo podía alcanzarse a través de un largo proceso de reformas.
Los primeros años de gobierno de estos socialistas se caracterizaron por una gran agitación social. Obreros y soldados habían formado soviets y otro grupo de socialistas -los que luego van a fundar el Partido Comunista Alemán- proponían el camino de la revolución y el gobierno obrero. Al poco tiempo, los dirigentes de este grupo fueron asesinados por bandas armadas vinculadas a la policía sin que el gobierno hiciera nada para detenerlos. El gobierno surgido en Weimar tuvo que enfrentar, además, serios problemas económicos. El endeudamiento de guerra y la indemnización que Alemania tenía que pagar a los vencedores originaron una gran inflación que fue acompañada por una espectacular caída del valor del marco alemán. Las personas que vivían de un salario o del cobro de alquileres se arruinaron y una buena parte de las pequeñas empresas tuvieron que cerrar, lo que provocó un aumento del desempleo. La crisis llegó a su máximo nivel a fines de 1923.
Finalmente, la situación económica logró controlarse con la ayuda de los Estados Unidos de Norteamérica, aunque los sectores medios y populares sufrieron importantes pérdidas. En los años posteriores a 1924, Alemania vivió un período de relativa estabilidad pero una crisis económica mundial en 1929 y, relacionada con ésta, la retirada de los capitales norteamericanos que estaban invertidos en Alemania, sumieron al país en una nueva crisis. El desempleo subió desmesuradamente, se pasó de un millón y medio de desocupados en 1929 a 6 millones en 1931. El partido socialista y otros partidos tradicionales comenzaron a perder apoyo. Los votantes se inclinaban por un gobierno fuerte que impusiera el orden. Esa era la propuesta del Partido nazi y su líder, Adolfo Hitler.
El ascenso de Hitler al poder
En 1920, Adolfo Hitler fundó el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (Nazi), uno de los tantos grupos de derecha y nacionalista que surgieron en la época.En sus discursos, Hitler combinaba un violento nacionalismo con doctrinas racistas, antidemocráticas y anticomunistas, culpaba a marxistas y judíos de ser los responsables de los males que padecía Alemania y exigía que se desconociera el Tratado de Versalles. En 1923, en plena crisis económica, Hitler intentó tomar el poder por medio de un golpe de Estado pero todavía no contaba con apoyo suficiente. Su plan fracasó, fue arrestado y condenado pero permaneció sólo seis meses en la cárcel. Una vez liberado, decidió reorganizar el partido para llegar al poder por la “vía legal”, es decir a través de elecciones. Sin embargo, en ese momento no tuvo éxito. Recordemos que, a partir de 1924, la economía alemana se había estabilizado gracias al aporte de capitales norteamericanos, y habían disminuido los conflictos sociales y la polarización política. En situación de cierta calma, los ciudadanos preferían votar opciones más moderadas y conocidas. Recién en 1929, cuando Alemania comenzó a sentir los efectos de la crisis que estalló en Estados Unidos, los nazis consiguieron resultados electorales importantes. Las clases medias, los campesinos arruinados y algunos obreros desesperados por el desempleo y la miseria, buscaron favorecer, por medio del voto, a quien les prometía volver a un “pasado que había sido mejor”. El Partido Nazi también contó con el apoyo económico de los dueños de la industria y las finanzas que esperaban que Hitler pudiera terminar con los reclamos obreros y el peligro que significaba para ellos el partido comunista. Por otro lado, el nacionalismo agresivo de Hitler le hizo ganar seguidores entre los militares y antiguos combatientes. Finalmente, en enero de 1933, por la cantidad de votos que obtuvieron los nazis y por el apoyo de otros partidos, Hitler fue designado canciller -una especie de jefe de gabinete- con amplios poderes.

El Partido nazi organizaba grandes actos. Hitler era el orador estrella. Hablaba en términos
sencillos, buscando despertar los sentimientos nacionalistas y los prejuicios racistas del público.
Culpaba a los judíos de todos los males: desde el estallido de la guerra en 1914 hasta de
la derrota de 1918. Acusaba a los políticos de haber traicionado al pueblo alemán con la firma
del Tratado de Versalles. Protestaba contra los excesos del capitalismo: las altas tasas de
interés y las grandes cadenas de almacenes que perjudicaban a los pequeños comerciantes.
Exigía el reestablecimiento del servicio militar obligatorio, la abolición de la libertad de
prensa y la creación de un fuerte poder central que recuperara el poderío alemán.
El partido nazi utilizaba como estrategia política la violencia contra los opositores, especialmente contra los comunistas. Hitler, que se declaraba admirador de Mussolini, organizó el partido Nazi al estilo militar. Le dio un uniforme (camisa parda), un saludo (el romano) y un distintivo (la esvástica o cruz gamada). Además creó un cuerpo de protección del partido: las Secciones de Asalto (S.A.), similares a los fascio de combate.

Estados Unidos: prosperidad, crisis y depresión
El desarrollo económico en los “felices años veinte”

La Primera Guerra Mundial había perjudicado las economías de las principales potencias europeas. Muy distinto fue el caso de Estados Unidos. La guerra lo había enriquecido notablemente y convertido en la principal potencia económica: prestó dinero y exportó gran cantidad de productos a sus aliados europeos. De esta manera, el dólar se había convertido en la moneda más fuerte y por primera vez, los principales países europeos le debían dinero a Estados Unidos. Ese fue el comienzo de la prosperidad que vivió la economía norteamericana en la década de 1920.
El Estado, de acuerdo con los principios liberales, no intervino directamente en la economía pero contribuyó a la prosperidad general. Se elevaron las tarifas aduaneras (impuestos que debían pagar los productos extranjeros) para proteger a la industria norteamericana y se alentó a los ciudadanos a comprar productos nacionales. Se bajaron los impuestos para favorecer la inversión y el consumo. Además se construyeron importantes carreteras. Los camiones y el sistema ferroviario permitían transportar con facilidad los productos por todo el país.
Otros factores que contribuyeron a la “felicidad” económica de los años '20:
  • La renovación del sector energético, caracterizado por un gran incremento del consumo de petróleo y de electricidad. En estos años, la producción de petróleo aumentó un 156%.
  • La consolidación de nuevos sectores industriales, como el químico y, sobre todo, el automovilístico. Otros sectores, como la radiofonía, la aviación y la industria cinematográfica, también comenzaron a abrirse camino.
  • El aumento de la productividad. La aplicación del taylorismo garantizó la producción en masa Con el mismo número de obreros se producía mucho más, y, por lo tanto, aumentaban los beneficios del empresario.
  • El aumento del consumo. Mejores salarios y la posibilidad de comprar a plazos largos incrementaron el consumo. A su vez, el deseo de aumentar las ventas dio a la publicidad y al marketing un papel muy importante en la economía norteamericana. Los avisos publicitarios en los periódicos y en la radio se encargaban de difundir los nuevos productos: aparatos de radio, heladeras, lavarropas, aspiradoras, motocicletasy, sobre todo, automóviles.
  • El incremento de la concentración empresarial, tanto en sector industrial como en el bancario: unas pocas empresas manejaban el mercado. 
Los productores agropecuarios no participaron de la prosperidad. Cuando los países europeos estaban en guerra, Estados Unidos les vendía muchos productos agrícolas, en especial, carnes y cereales, pero cuando el conflicto terminó y el campo europeo comenzó a recuperarse, dejaron de comprarles a los agricultores norteamericanos. Por otro lado, éstos necesitaban producir y vender cada vez más para compensar el  aumento de los precios de los productos industriales que necesitaban comprar.
De esta manera, se ofrecían más productos agropecuarios de los que se vendían, por lo tanto, su precio era cada vez menor. Esta situación dividió a la sociedad norteamericana: el campo en crisis y la ciudad próspera. Entre ellos no tardó en desatarse un conflicto que se manifestó, entre otras cosas, en el enfrentamiento de dos formas de vida. Mientras que en la ciudad se adoptaba todo lo que era moderno, los habitantes del campo defendían las costumbres, la religión y la moralidad tradicionales.

La crisis de 1929: el fin de la prosperidad

A medida que los empresarios obtenían ganancias importantes, buscaron nuevos negocios en que invertirlas. Prestaban dinero a Alemania y a otros países; instalaban sus industrias en el extranjero, como en Argentina y Brasil. También invertían en maquinarias que permitían aumentar la producción. Sin embargo, la demanda
comenzó a ser insuficiente, tanto en el interior de los Estados Unidos como en el exterior, producían mucho pero no vendían lo suficiente. Cuando los empresarios se dieron cuenta de que tendrían dificultades para vender tanta mercadería, dejaron de invertir en sus empresas y comenzaron a comprar bienes de lujo, como joyas o yates, y a especular en la bolsa: pedían créditos a los bancos, con ese dinero compraban acciones. Obtenían más ganancias especulando que produciendo. Esta forma de obtener beneficios en base a la especulación finalizó en octubre de 1929, cuando se desató la peor crisis de la economía norteamericana. Comenzó con la violenta caída de los precios de las acciones de la Bolsa de Nueva York y se extendió por todo el sistema bancario, la industria, el comercio y al agro. Sus consecuencias se sintieron en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial. 

La crisis de 1929 también tuvo consecuencias en América Latina

Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la posguerra en las economías latinoamericanas
La Primera Guerra Mundial impactó de distinta manera en las economías latinoamericanas. Los países que exportaban productos primarios no estratégicos -sin relación con la fabricación de material bélico- como Brasil (café) o los de América Central y el Caribe (banana, azúcar) se vieron perjudicados gravemente por la
escasez del transporte marítimo y porque el precio de los productos que importaban (bienes industriales) aumentó mucho más que el de los que exportaban (alimentos y materias primas). En cambio, los que exportaban materia prima estratégica -necesaria para la fabricación de armamento o para el transporte-, como México (petróleo), Perú (cobre), Bolivia (estaño) y Chile (nitratos) se vieron favorecidos por el aumento de la demanda.
Otra de las consecuencias de la guerra fue que los capitales y los productos industriales que se consumían en América Latina ya no provenían de Gran Bretaña sino de Estados Unidos por la gran expansión económica de este país. Sin embargo, esta situación generó un grave problema para muchos países sudamericanos: sus producciones no podían ser vendidas a los Estados Unidos porque competían con las de los agricultores norteamericanos. Por lo tanto, a finales de los años veinte, muchos países como la Argentina, desarrollaron un comercio exterior triangular, le compraban los productos fundamentalmente a Estados Unidos pero le seguían vendiendo a Gran Bretaña. En suma, como consecuencia de la guerra, el debilitamiento de Gran Bretaña como potencia mundial y la expansión de la economía norteamericana, los países de América Latina aumentaron su dependencia política y económica de Estados Unidos.

El impacto de la crisis de 1929
La crisis de 1929 tuvo profundas consecuencias en todo el mundo, también en América Latina. Los países europeos y Estados Unidos, por la crisis, comenzaron a comprar menos productos, lo que ocasionó que las exportaciones latinoamericanas disminuyeran. De esta manera, los países no tuvieron divisas (moneda extranjera) para comprar productos extranjeros, por lo tanto también disminuyeron las importaciones.
Sin embargo, la gran cantidad de dinero que debía América Latina a Estados Unidos y a Europa (deuda externa) se mantuvo. Por lo tanto, como se vendía menos  cantidad, a menos valor pero se debía lo mismo (e incluso más por los intereses), los Estados latinoamericanos se empobrecieron. 
Las consecuencias de la crisis no fueron sólo económicas. La mayoría de las repúblicas latinoamericanas tuvieron cambios de gobierno, de distinto tipo, durante los peores años de la depresión. En algunos casos, como en el golpe militar en la Argentina que derrocó al presidente Hipólito Irigoyen, la oligarquía primario- exportadora decidió retomar el control del Estado para proteger, a toda costa, sus intereses.
En otros, como en Centro América y el Caribe (Somoza en Nicaragua, Batista en Cuba y Trujillo en República Dominicana) se impusieron dictaduras pro-norteamericanas que traducían el nuevo rol de Estados Unidos en la región.
Finalmente, y en un sentido opuesto al anterior, se instalaron gobiernos que introdujeron importantes reformas sociales nacionalistas como en Brasil (Getulio Vargas) y en México (Lázaro Cárdenas).
En el aspecto económico, una de las mayores transformaciones que se introdujeron como consecuencias de la crisis fue el crecimiento del sector industrial. Durante la década de 1920, se habían desarrollado algunas industrias en las repúblicas más grandes (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú) debido a que por la guerra no llegaban los productos industriales y, luego, por el crecimiento del mercado interno. Se trataba de bienes de consumo final (textiles, alimentos elaborados y bebidas). Sin embargo, si bien la industria había comenzado a adquirir cierta importancia, en ningún caso tuvo un tamaño suficiente como para lograr un desarrollo independiente. A fines de 1920, las economías latinoamericanas seguían basándose en la exportación de productos primarios.
Luego de la crisis de 1929, en los países que contaban ya con una base industrial anterior (Argentina, Brasil, México), se profundizó la industrialización por la falta de divisas que habíamos mencionado antes. Además de producir bienes de consumo final, se crearon industrias que, como la petroquímica, la siderurgia y la metalmecánica, eran considerados industria pesada, lo que implicaba un mayor desarrollo económico.
Comenzó entonces, un nuevo modelo económico que se denominó industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Su característica fundamental era que se producía para el mercado local, es decir que lo que se consumía en el país no provenía del extranjero sino de las industrias nacionales.

La Primera Guerra Mundial ¿Por qué estalló la guerra?

A lo largo de la primera década del siglo XX, las relaciones entre las principales potencias industriales fueron cada vez más complicadas y tensas. Las rivalidades económicas, los enfrentamientos por el dominio de territorios coloniales y los nacionalismos fomentaron una carrera armamentista y la formación de bloques rivales.
En un principio, los conflictos se resolvían por la vía diplomática o se limitaban a enfrentamientos locales. Sin embargo, las confrontaciones se fueron haciendo incontrolables. Los enfrentamientos no sólo se desarrollaban en Europa sino también en el África, China o el Medio Oriente. Además, había nuevos y muy agresivos competidores como Alemania. Este Estado, pujante y poderoso, se sentía insatisfecho por tener un imperio colonial menos importante. Sus intereses expansionistas en China y África del Sur chocaban con el dominio que los ingleses habían establecido en esas zonas. Justamente, las rivalidades entre Alemania e Inglaterra fueron las que hicieron surgir un sistema de alianzas permanentes entre países que condujo a una guerra mundial. Por un lado se formó la Triple Alianza, que terminó siendo una alianza solo entre Alemania y
Austria-Hungría, pues Italia, el tercer integrante, no tardó en apartarse y unirse al otro bloque. Por otro lado, Francia, el Imperio Ruso y Gran Bretaña se unieron en la Triple Entente.
Finalmente, en agosto de 1914, estalló la Primera Guerra Mundial entre los países de la Triple Alianza y la Triple Entente.
Otros países como Estados Unidos y Japón, se incorporaron años más tarde a la Triple Entente conformando el bloque aliado.

La guerra fue recibida con un fervor patriótico inusitado. Por todas partes los movimientos nacionalistas exaltaban la grandeza nacional y la destrucción de las naciones enemigas. En un principio tan solo los socialistas se manifestaron a favor del pacifismo. Pero su influencia se había debilitado y en ningún lugar se siguieron las consignas de huelga general contra la guerra que la Segunda Internacional había propuesto. Finalmente, casi todos los partidos socialistas acabaron uniéndose al resto de las fuerzas políticas para intervenir en la guerra y contribuir a la defensa nacional.



Las consecuencias de la expansión capitalista en América Latina


La Primera Guerra Mundial tuvo importantes consecuencias también en América Latina pero no porque en este territorio se desarrollaran las batallas sino porque la economía latinoamericana dependía de la europea desde la época colonial y, más aún, desde las independencias. Por lo tanto, las políticas económicas tomadas
por los gobiernos europeos a causa de la guerra repercutieron en América Latina. Para entender estas consecuencias, debemos comprender de qué manera la expansión del capitalismo europeo y norteamericano de mediados del siglo XIX , transformó la economía y la política latinoamericana.


La formación de los Estados nacionales en América Latina y los sistemas políticos oligárquicos





A mediados del siglo XIX, casi la totalidad de los países de América Latina habían logrado su independencia; sin embargo, no estaban organizados. Eran frecuentes las guerras civiles y las desobediencias a gobiernos y leyes. En estas condiciones, no podían producir los bienes primarios que la Europa industrial necesitaba: lana, cobre, salitre, carne, azúcar, entre muchos otros. Por eso, tuvieron que realizar una serie de ajustes. En cada país, los grupos con poder -grandes propietarios de tierras, militares e intelectuales-, aprobaron constituciones, organizaron los gobiernos, crearon instituciones, como la justicia y el ejército nacional,  encargadas de garantizar el cumplimiento de las leyes y el respeto de las autoridades en todo el territorio nacional. Fueron así construyendo Estados nacionales modernos que implementaron políticas para resolver los problemas que frenaban la producción. En estos nuevos Estados, la oligarquía, un reducido grupo dueño de casi todas las tierras, tenía el poder político. Gobernaba para mantenerse en el poder y acrecentar su fortuna. Para ello utilizaba distintas formas de violencia, desde el fraude electoral y el robo de urnas hasta el asesinato de los opositores. A estos sistemas políticos se los denomina oligárquicos. Sin embargo, pronto comenzaron a surgir grupos opositores integrados por los sectores medios y trabajadores urbanos que
reclamaban -al igual que en Europa- la democratización del sistema político. 

Las Economías primario-exportadoras y la División Internacional del Trabajo

Una de las primeras tareas que emprendieron los nuevos Estados fue la conquista de tierras que se encontraban en poder de los indígenas o de la Iglesia. Los nuevos gobiernos conquistaron o expropiaron esas tierras para producir los bienes que Europa demandaba, pero como explotaciones privadas.
Otro de los problemas que debieron resolver se relacionaba con la mano de obra necesaria para trabajar las grandes propiedades. Se presentaban situaciones muy variadas: había países, como Argentina, Uruguay y ciertas áreas del Brasil, en los que faltaban trabajadores; otros, como México o Ecuador, contaban con poblaciones indígenas muy numerosas pero acostumbradas a formas de trabajo tradicionales.
Los gobiernos latinoamericanos alentaron la llegada de trabajadores extranjeros o colaboraron con los grandes propietarios para establecer una disciplina de trabajo muy rigurosa entre los campesinos indígenas.
El sistema de transportes y comunicaciones era muy precario. Las carretas y las mulas tardaban meses en
comunicar los distintos puntos de un país. Con el aporte de capitales extranjeros, se construyeron ferrocarriles, caminos, puentes y sistemas telegráficos que facilitaron las comunicaciones y el transporte de mercaderías entre las áreas rurales, las ciudades y los puertos.
Como resultado de todas estas transformaciones, las economías latinoamericanas fueron creciendo y especializándose en una o varias producciones primarias pero siempre orientadas a la exportación. Se integraron así a la División Internacional del Trabajo. Por ejemplo, la Argentina se especializó en la producción de lana, carnes y cereales; Brasil y Colombia en el café; Cuba y otros países del Caribe
en el azúcar; Chile en el cobre y el estaño.
Como la economía de estos países dependía de la exportación de estos productos primarios, se las denominó economías primario-exportadoras. Los productos industriales que necesitaba la población eran importados de los países industrializados. 
Casi todas estas transformaciones fueron financiadas por los capitales extranjeros -sobre todo ingleses- que dominaban las actividades que eran estratégicas para el funcionamiento de la economía, como los transportes, el comercio y las finanzas. Tenían además inversiones en la minería, en los frigoríficos e ingenios azucareros. En algunos lugares también se ocupaban de la producción agrícola.
Los países de Centroamérica y el Caribe debieron soportar además de la dependencia económica de Estados Unidos, la intervención política y militar de ese país. A principios del siglo XX, los norteamericanos se apropiaron de Puerto Rico. En Cuba permitieron una independencia pero solo formal, ellos controlaban todas las decisiones del gobierno cubano. También favorecieron la constitución de un nuevo país, Panamá, en base a territorios colombianos. Allí construyeron y controlaron el canal de Panamá. Los rápidos éxitos obtenidos, los alentaron para continuar su política de intervenciones en los distintos países del área.
El desarrollo de la economía primario-exportadora transformó las sociedades latinoamericanas: aumentó la población urbana, se modernizaron las ciudades y surgieron nuevos sectores medios y sectores populares, en su mayoría de origen inmigrante.
Sin embargo, estas transformaciones no se produjeron con la misma intensidad en todas las zonas. Aquellas que estaban vinculadas con el comercio mundial crecían y se modernizaban a pasos vertiginosos; el resto casi no participaba de estos cambios. Por ejemplo, en nuestro país la llanura pampeana, zonas como Tucumán y Mendoza y la región patagónica sufrieron profundos cambios porque producían para la exportación. La puna, Catamarca, la mayor parte de Santiago del Estero, entre otras zonas, en cambio, no sufrieron casi transformaciones, sus productos estaban destinados a los mercados locales.

La historia del Capitalismo

Es el sistema económico y social en el cual vivimos, en la actualidad casi toda la población mundial vive bajo este sistema. El capitalismo tuvo sus orígenes en los países de Europa occidental, luego se fue
extendiendo hacia el resto de Europa y de otros continentes e, indudablemente, tuvo influencias en todos los países del mundo.
OBJETIVOS:

• Conocer y comprender los cambios que se fueron produciendo en la sociedad burguesa y en el sistema capitalista durante los siglos XIX y XX.
• Establecer relaciones entre la historia de América Latina y los procesos
históricos del resto del mundo contemporáneo.


La sociedad europea de 1850 era muy distinta a la que había existido cien años antes. Las diferencias estaban relacionadas con dos procesos revolucionarios que se desarrollaron, uno en Inglaterra
y otro en Francia casi en forma simultánea, a fines del siglo XVIII: la Revolución Industrial Inglesa y la Revolución Francesa.


La Revolución Industrial y los cambios económico-sociales

La Revolución Industrial que comenzó en Inglaterra, significó un nuevo modo de organizar la producción,
es decir, la forma en que el hombre obtiene la riqueza y los bienes que necesita. Estos cambios en las formas
de producir transformaron la vida en la sociedad moderna.

Hasta el siglo XVIII todo lo que producían los hombres se realizaba de manera artesanal. A partir de entonces, la mayor parte de los productos comenzaron a hacerse primero en pequeños talleres y luego en grandes fábricas. En las fábricas se utilizaron por primera vez máquinas que permitían realizar las tareas que antes hacían los artesanos. Las nuevas máquinas, que se movían por medio de energía a vapor, hacían posible elaborar más productos en menos tiempo. La principal actividad que se desarrolló en los inicios de la revolución industrial fue la confección de los tejidos de algodón.

Este nuevo modo de organizar la producción fue denominado capitalismo y permitió, como gran novedad, un crecimiento constante de la riqueza, pero también implicó que los hombres se organizaran y relacionaran
entre sí de distinta manera. Por ejemplo, originó un nuevo grupo social, la clase obrera. Eran, fundamentalmente, los trabajadores de las fábricas. A diferencia de los artesanos que vivían de la venta de las mercancías que fabricaban en sus talleres -zapatos, telas, etc.- los obreros vivían del salario que les pagaban los capitalistas.
Los “capitalistas o burguesía industrial” también aparecieron en esta época. Eran los dueños de las máquinas y de las fábricas y como tales, eran los que tomaban las decisiones económicas con total libertad como qué mercancía producir, a qué precios venderla, cuáles serían las condiciones de trabajo, etc. Contrataban
a los obreros, les pagaban los salarios y obtenían ganancias de las ventas de las mercancías. En realidad, una burguesía rica ya existía desde hacía bastante tiempo, lo nuevo fue que ahora su riqueza se originaba en el trabajo de los obreros en las fábricas.
Junto con estos cambios, se produjeron otros relacionados con las formas en que vivía y se organizaba la sociedad. Mientras los obreros padecían condiciones laborales muy duras, la burguesía incrementó su fortuna, obtuvo el poder político e impuso sus costumbres y valores al conjunto de la sociedad. Hasta ese momento, el grupo social más importante y con mayor poder era la aristocracia. Pero la burguesía en algunos países, como en Inglaterra y en Francia, desplazó del poder a los aristócratas. En otros, como en Alemania, compartió el poder con ellos.
Pronto la exitosa experiencia inglesa estimuló el proceso de industrialización en otros países. Poco tiempo después, desde los comienzos del siglo XIX, Francia, Alemania, los Estados Unidos y Japón comenzaron a transitar su propio camino hacia el capitalismo.


La Revolución Francesa y los cambios político-ideológicos

La Revolución Francesa (1789-1815) fue el acontecimiento más importante de esta época por los profundos cambios que introdujo. Antes de la Revolución Francesa, el privilegio y poder que tenía cada persona dependía del lugar que los padres ocupaban en la sociedad y, salvo raras excepciones, se mantenía ese
lugar desde el nacimiento hasta la muerte. Por supuesto, el mayor poder lo tenía el rey. A partir de la
Revolución Francesa no sólo el pueblo francés logró derrotar al rey y a la aristocracia que lo apoyaba,
sino que también construyó un nuevo y moderno sistema político con división de poderes en el que ya no existían los privilegios por nacimiento e instauró la revolucionaria idea de que todos los hombres nacen libres e iguales ante la ley.

Cuando estalló la revolución, la burguesía era todavía una clase demasiado débil como para poder
derribar por sí sola a ese antiguo, y aún fuerte, poder aristocrático. Pero otros grupos sociales (artesanos, vendedores ambulantes, campesinos, trabajadores domésticos...) también luchaban por la igualdad. Gracias
a la unión entre los distintos sectores, la revolución pudo triunfar. La Revolución Francesa que comenzó en 1789 fue la más importante de las revoluciones que se produjeron hasta la primera mitad del siglo XIX pero no la única. Otras, en 1820, 1830 y 1848, en Francia y en otros países,
profundizaron los cambios iniciados en 1789.


Las nuevas ideologías

Las experiencias de la Revolución Francesa, de la Revolución Industrial Inglesa y de los otros movimientos revolucionarios que acabamos de mencionar, favorecieron el desarrollo de nuevas ideas y creencias, es decir, ideologías, que intentaron imponerse a toda la sociedad. Muchas habían tenido origen en siglos anteriores
pero, fue a partir de la “doble revolución” que comenzaron a ser aceptadas y adoptadas por amplios sectores de la población y los gobiernos.
Estas nuevas ideas y creencias constituyeron las bases de las ideologías modernas
como el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo, y explican muchas de las luchas que se desarrollaron durante los siglos XIX, XX hasta la actualidad; incluso el surgimiento de numerosos partidos políticos y movimientos sociales que aún hoy existen.

El liberalismo


El liberalismo es una forma de pensar y organizar la sociedad, la economía y la política que comenzó a desarrollarse en el siglo XVII. Defendía las libertades de religión, de asociación, de comercio y el derecho de propiedad. Consideraba que el Estado, tenía que asegurar el pleno ejercicio de todas esas libertades y eliminar cualquier obstáculo que existiese. Por ejemplo, el Estado no debía intervenir directamente en la economía pero sí garantizar el libre juego de la oferta y la demanda. El precio de los productos se fijaría en función de este “libre juego”.
Veamos un ejemplo. ¿Cómo se determinaría para el liberalismo el precio de la harina?
Según los liberales, el Estado no debía poner precios máximos o mínimos, ni el valor de los salarios ni ninguna otra regulación. Si los fabricantes de harina ofrecían mucha cantidad de este producto en el mercado, el precio bajaba. Si, por el contrario, la demanda (cantidad de compradores de harina) superaba a la oferta
(cantidad de harina que ofrecían los harineros), el precio de la harina subiría.
Los liberales sostenían además que todos los hombres eran iguales ante la ley -tenían los mismo derechos-, pero aceptaban y justificaban las diferencias económicas y la existencia de clases sociales. Según ellos, las diferencias entre el rico y el pobre se originaban en las cualidades naturales de cada uno; el rico lo era por su capacidad, habilidades y constancia para enriquecerse, el pobre carecía de esas condiciones naturales y/o no realizaba el esfuerzo suficiente para lograr sus propósitos.
A partir de fines del siglo XVIII, el liberalismo se difundió por todo el mundo aunque no de igual manera. Tuvo más influencia en Inglaterra, Francia y Estados Unidos y mucho menos en Alemania, Japón, Austria-Hungría o Rusia.

Adam Smith, en su libro Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicado en 1776, estableció las bases del liberalismo económico. Smith sostenía que la riqueza
estaba basada en el trabajo y que el precio de las mercancías se fijaba en el mercado siguiendo el libre juego de la oferta y la demanda. El Estado sólo debía crear las condiciones para que nada interfiriera en el desarrollo de la economía. Por ejemplo, estableciendo una política comercial de librecambio o libre comercio, es decir, permitiendo la libre entrada y salida de mercancías (sin trabas -impuestos- aduaneros). Estos principios sirvieron de modelo para el desarrollo económico a lo largo del siglo XIX.


En resumen, hacia mediados del siglo XIX, tres aspectos que se desarrollarán y profundizarán en la segunda mitad del siglo, caracterizaron a las sociedades europeas occidentales y americanas:
• el capitalismo en lo económico,
• el liberalismo en el plano de las ideas y de las instituciones políticas y
• la burguesía como la clase de mayor poder.

El crecimiento económico: la Segunda Revolución Industrial

Desde mediados del siglo XIX, algunos países, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón, iniciaron una etapa de gran crecimiento económico. Los nuevos adelantos tecnológicos aplicados al sistema de transportes y comunicación y a la industria -como la utilización de la máquina de vapor en los
ferrocarriles y luego, la locomotora eléctrica-, permitieron un importante aumento de la producción, sobre todo en la siderurgia, en la química y la electricidad.
Las transformaciones económicas fueron tan profundas y con tanto impacto en todo el mundo que al desarrollo que se produjo en esta etapa, se lo denominó Segunda Revolución Industrial. Ésta, a diferencia de la primera (la que comenzó a fines del siglo XVIII) fue mucho más compleja: demandó muchos más capitales,
innovaciones tecnológicas más sofisticadas y mano de obra especializada.
¿Por qué se produjo esta Segunda Revolución Industrial?
Hacia mediados del siglo XIX, se dio una combinación entre el capital disponible y un aumento de la demanda de maquinarias. Ambos factores favorecieron la modernización y abaratamiento de los transportes y las comunicaciones. Mercaderías y personas pudieron llegar a nuevas regiones que hasta ese momento estaban aisladas. El ferrocarril, los grandes barcos movidos por vapor y el telégrafo fueron los símbolos de la Segunda Revolución Industrial, sus productos característicos, el hierro, el carbón y más tarde, el acero.
Hacia fines de siglo, se utilizaron nuevas fuentes de energía como la electricidad y el petróleo y nuevos inventos revolucionaron la vida cotidiana: el teléfono, los explosivos, la fotografía, la locomotora y la lámpara eléctrica, el automóvil a gasolina, el fonógrafo y el cine, entre muchos otros.
¿Qué fue el taylorismo?
Junto con la utilización de nuevas tecnologías y fuentes de energía, se introdujeron cambios en la organización del trabajo industrial. El norteamericano Frederick W. Taylor (1856-1915) propuso un conjunto de criterios organizativospara aumentar la productividad, es decir, disminuir el desperdicio de tiempo y esfuerzo en el trabajo fabril y obtener la mayor producción posible durante la jornada de trabajo.
Taylor explica su sistema a través de una experiencia.
“Se adoptó un sistema más perfeccionado de remuneración diaria [...] que consistía en pagar en función de la cantidad y la calidad de lo que se producía. Al cabo de un tiempo relativamente corto el supervisor estimuló la producción de todas las trabajadoras aumentando el sueldo de las que producían más y mejor y reduciéndolo a las que se mostraban inferiores a las otras. Finalmente, despidieron a las obreras cuya lentitud y falta de atención era incorregibles. También se hizo un estudio detallado con un cronómetro del tiempo necesario para hacer cada operación. Se escogió la forma más sencilla de ejecutarlas para eliminar todos los movimientos lentos o inútiles y reunir en una secuencia los más rápidos y los que permitían una mejor utilización de los instrumentos y de los materiales. Este estudio demostró que las trabajadoras perdían charlando una parte considerable del tiempo. Se les impidió hablar durante las horas de trabajo colocándolas a una distancia considerable. Las horas de trabajo fueron reducidas de diez y media a nueve y media y luego a ocho y media [...]. Se introdujo también el trabajo a destajo y cada hora se informaba a las trabajadoras si su ritmo era normal o si iban atrasadas.
“La entrada de la ciencia en la industria tuvo una consecuencia significativa:
en lo sucesivo el sistema educativo sería cada vez más decisivo para el desarrollo industrial. A partir de ahora, al país que le faltara una educación masiva y adecuadas instituciones educativas superiores le sería casi imposible convertirse en una economía “moderna”; y, al contrario, a los países pobres y atrasados que dispusieron de un buen sistema educativo les sería más fácil desarrollarse, como por ejemplo, Suecia.”

Un desarrollo desigual

Hacia fines del siglo XIX, el desarrollo industrial no era igual en todos los países. En el continente europeo, Gran Bretaña, Francia y Bélgica tenían un importante desarrollo económico. Entre ellos se destacaba Gran Bretaña, que se había convertido en la principal potencia económica mundial. España, Italia, Rusia y Austria-Hungría eran países agrarios en los que la industria crecía en pocas y aisladas regiones.Alemania a pesar de haber iniciado más tarde su proceso de industrialización -aproximadamente en la década de 1850-, gracias a una agresiva política del Estado alemán, había alcanzado un importante desarrollo. Superaba a Inglaterra
en industrias como la electricidad, la química y la metalúrgica. Sin embargo, no había logrado obtener un imperio colonial tan importante como el que tenían las otras potencias. Fuera de Europa, sólo Estados Unidos y Japón habían alcanzado un significativo desarrollo industrial y un lugar respetable en el reducido círculo de las grandes potencias. Excepto los países nombrados, el resto del mundo no participó de estas innovaciones,
quedó retrasado y dependía de lo que le compraban o vendían las potencias industriales.

La expansión del capitalismo

La Europa industrializada unifica el mundo: la División Internacional del Trabajo

Los nuevos medios de transportes y comunicaciones permitieron establecer intercambios comerciales aún entre zonas muy alejadas. A partir de ese momento casi todos los países del mundo comenzaron a estar vinculados comercialmente. Poco a poco, la economía mundial se fue organizando de acuerdo con lo que producía y, por lo tanto, con lo que vendía en el mercado internacional. Mientras los países de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón se especializaban en la producción de bienes industriales, el resto de los países se dedicaron a la producción primaria (materias primas y alimentos). A este sistema de especialización de la producción e intercambio se lo denominó División Internacional del Trabajo. Así, el mundo quedó dividido en dos áreas:
• la de los países industriales o centrales y
• la de los países de producción primaria o periféricos.
Pero no sólo se intercambiaban productos. Grandes empresarios, banqueros y ricos comerciantes de los países industriales invertían parte de sus capitales en los países periféricos, sobre todo en ferrocarriles y en otras actividades vinculadas a la producción primaria (producción de alimentos y materias primas). Por otra parte, entre 1850 y 1914, cerca de cuarenta millones de europeos dejaron sus países de origen para instalarse en países que, como la Argentina, Canadá y Brasil, necesitaban trabajadores. Éstos venían de las zonas más pobres de Europa o de países industriales en los que los salarios eran bajos y la tecnología comenzaba a desplazar la mano del hombre. Esperaban conseguir trabajo, tierras o un capital para invertir en su país de origen.
La expansión del capitalismo no sólo implicó el aumento del intercambio de mercancías, capitales y personas. Trajo como consecuencia, además, que las crisis de los países industriales, como la que se produjo en el año 1873, tuvieran profundas consecuencias también en las zonas alejadas.

La crisis de 1873 y las transformaciones del capitalismo

“... esta época de prosperidad económica finalizó con una crisis generalizada de alcance mundial cuyo inicio suele ubicase en 1873 y que se mantuvo hasta mediados de la década de 1890.
¿Qué significaba una crisis bajo el capitalismo industrial? En las sociedades agrarias anteriores las crisis ocurrían debido a una disminución del rendimiento de las cosechas, a un crecimiento exagerado de la población o por ambos fenómenos combinados. En suma, se producía menos de lo que se necesitaba y había escasez. En cambio, las características de las crisis capitalistas eran diferentes porque con el capitalismo las crisis provenían del exceso de producción. En efecto, muchas veces la producción era tan grande que los mercados se saturaban de bienes que resultaban muy difíciles de vender. Los precios caían y con ellos también descendían los beneficios obtenidos por los capitalistas. Cuando las ganancias caían demasiado las empresas quebraban y dejaban a gran número de trabajadores desocupados. La crisis de 1873 fue de este tipo, con sus secuelas de caída de precios y baja de las ganancias. En particular, hubo una fuerte caída de los precios agrícolas a causa de la expansión de la agricultura de exportación en América, Australia y Nueva Zelanda; en Europa esta expansión generó una amplia oferta de granos que provoco una gran caída de los precios. Como resultado, las regiones agrícolas de Europa se empobrecieron y eso incrementó las migraciones del campo a las ciudades y hacia otros continentes. En cierta medida, la emigración fue una válvula que permitió aligerar los conflictos sociales generados por la crisis. [...] Recién a mediados de la década de 1890 el capitalismo europeo inició un nuevo ciclo de ascenso. Sin embargo, en el intervalo la crisis había provocado profundas transformaciones en el capitalismo. Muchas de esas transformaciones ya se habían insinuado anteriormente, pero en ese momento se profundizaron: así, algunos Estados comenzaron a intervenir en la economía y protegieron a sus industrias de la competencia de los productos importados mediante la elevación de las tarifas aduanera, a la vez que incrementaron sus tendencias expansionistas y colonialistas. Por último, la vinculación entre el Estado, los bancos y la industria se hizo más estrecha y se formaron grandes conglomerados empresariales. Inglaterra comenzó a perder la preeminencia que tenía como primer país industrial del mundo [...] La quiebra de muchas empresas pequeñas y medianas y su absorción por las más grandes dieron como resultado que quedaran pocas empresas de grandes dimensiones en cada rama de la producción. Este fenómeno recibió el nombre de concentración económica y una de las consecuencias de esta concentración fue la alteración de la libre competencia: una vez que en una rama de la producción quedaban pocas firmas o una única firma, la competencia prácticamente desaparecía y los precios pasaban a ser fijados por estas empresas. Este último efecto se denominó oligopolización (cuando eran pocas empresas) o monopolización (cuando se trataba de una empresa única).”

El socialismo y el crecimiento de los movimientos obreros

Así como existían diferencias económicas y políticas entre los países, en su interior también había grandes desigualdades entre los grupos sociales, entre ricos y pobres. El crecimiento económico que se produjo en este período benefició sobre todo a un grupo minoritario de la sociedad: la burguesía, constituida por industriales, comerciantes y terratenientes que, además de poder económico, tenían poder político. Frente a esta burguesía cada vez más enriquecida, el resto de la sociedad sufría condiciones de vida y de trabajo miserables. Esta situación de desigualdad fue generando movimientos opositores que cuestionaban las ideas del liberalismo y las injusticias de la sociedad capitalista. Uno de ellos fue el socialismo. Los socialistas pensaban que la historia de la humanidad era una historia de lucha de clases, entre explotadores y explotados, dominadores y dominados, y que había llegado la hora en que el proletariado -la clase obrera explotada- se liberara, conquistara el poder y construyera una sociedad justa, sin desigualdades de ningún tipo ni clases sociales. Los principales representantes de este movimiento fueronCarlos Marx y Federico Engels. Si bien en su origen el socialismo marxista fue un movimiento europeo, en poco tiempo su influencia llegó a todo el mundo.
El socialismo marxista
Para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución, conquistase el poder político económico y crease un nuevo Estado obrero al servicio de los trabajadores. Esto daría lugar a un nuevo modo de producción (socialista), en el que no existiría la propiedad privada, ya que la primera misión de la revolución sería la socialización de la propiedad, que pasaría al Estado. Ahora bien, el socialismo era para Marx tan solo una etapa intermedia ya que, con la desaparición de la propiedad privada, desaparecerían las clases y como no habría clases, no sería
necesario el Estado, porque el Estado es la expresión de la dominación de una clase sobre otra. Poco a poco, éste se iría disolviendo para dar paso a la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.
Bajo la influencia de las ideas socialistas y de otras corrientes revolucionarias, los trabajadores se fueron organizando en sindicatos y partidos políticos. El primero y más importante fue el Partido Socialdemócrata Alemán. Incluso, en 1864 se organizó la Primera Asociación Internacional del Trabajador que reunía a sindicatos, federaciones y grupos obreros socialistas de distintos países del mundo. A pesar de su corta vida logró instalar la idea de que el movimiento obrero de todos los países debía unirse para luchar contra el capitalismo. Gracias a las luchas de los trabajadores, a fines de siglo XIX, los gobiernos concedieron varias reformas. Se permitió la libre organización gremial, fueron conseguidas importantes mejoras en las condiciones de trabajo -como el descanso dominical y la jornada laboral de 8 horas-, y poco a poco se fue extendiendo el derecho al voto al conjunto de los sectores sociales hasta llegar al sufragio universal para los varones mayores. Sin embargo, a pesar de esta democratización de la sociedad, siguieron gobernando los mismos grupos políticos.

La expansión imperialista

A fines del siglo XIX, las principales potencias industriales se lanzaron a la conquista de nuevos territorios. Varios son los factores que permiten explicar esta expansión imperialista:
• Los empresarios necesitaban tierras en donde obtener materias primas baratas para fabricar sus productos.
• Necesitaban, además, mercados, es decir, centros de población donde venderlos.
• Las potencias industriales rivalizaban por esos territorios. Estas rivalidades despertaban sentimientos nacionalistas agresivos. Cada potencia quería ser la más importante.
• Los gobernantes de esas potencias comenzaron a pensar que la conquista de territorios coloniales tranquilizaría las tensiones que surgían, producto de las desigualdades sociales y las crisis económicas.
• Pensaban, además, que el sentimiento nacionalista que despertaría la conquista podría servir para que la mayoría de los trabajadores de las potencias imperialistas se olvidasen de las ideas socialistas.
Como resultado de esta expansión, todo el mundo quedó sometido de algún modo a la dominación de los países industriales. África y parte de Asia fueron conquistadas por los ejércitos de las grandes potencias. Formaban parte de sus imperios coloniales y eran gobernadas por funcionarios nombrados desde las metrópolis.
Otros países del mundo se transformaron en “semi-colonias” de las grandes potencias industriales.
Sólo una gran zona del mundo pudo escapar casi por completo del reparto territorial que tuvo lugar en la época. Esa zona era el continente americano. Con la excepción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño, en el resto había repúblicas soberanas. Pero, aunque mantenían su independencia política, los países industriales ejercieron sobre ellas una fuerte dominación económica. La influencia de Gran Bretaña en América Latina era preponderante. Sólo Estados Unidos le disputaba su predominio en el Caribe y América Central.

Los nacionalismos

Mientras se desarrollaba la expansión imperialista y como parte de ella, los gobiernos de Europa intentaron contrarrestar la influencia de las ideas socialistas y frenar los conflictos internos. Uno de los métodos que utilizaron fue la difusión de las ideas y sentimientos nacionalistas. Por medio de ceremonias diarias como el izamiento de la bandera en la escuela y en el servicio militar que comenzó a ser obligatorio, el Estado fomentó el “patriotismo”. Con el mismo objetivo, se impusieron nuevas fiestas y canciones “patrias” y se fomentaron las competencias deportivas entre equipos nacionales, como los campeonatos mundiales de fútbol.
De esta manera, el Estado oponía el “internacionalismo” de las ideas socialistas -la unión de la clase obrera de todos los países contra las burguesías- al orgullo y defensa de la nación. La idea de “patria” ya se había difundido durante la Revolución Francesa pero, a partir de entonces, cobró un nuevo significado en un contexto de creciente rivalidad entre las potencias imperialistas. La prensa jugó un papel importante en todo
este proceso, exagerando las cualidades de la nación y ridiculizando o disminuyendo las de los pueblos extranjeros.
Como en muchos momentos de la historia, se exacerbaron ideas nacionalistas y patriotismo para manipular la voluntad popular. En América, los Estados impusieron en las escuelas y en el ejército rituales similares a los europeos. En este caso estaban asociados a la construcción de la nacionalidad en territorios poblados por culturas diversas. El nacionalismo no sólo enfrentó a los Estados. En los territorios de algunos de ellos, como en el del Imperio Turco o del Austro-Húngaro, se desarrollaron luchas entre pueblos de distintas nacionalidades.