"Se desencadenó una crisis económica mundial de una profundidad
sin precedentes que sacudió incluso los cimientos de las más sólidas economías
capitalistas y que pareció que podría poner fin a la economía mundial
global, cuya creación había sido un logro del capitalismo liberal del siglo XIX.
Incluso los Estados Unidos, que no habían sido afectados por la guerra y la revolución,
parecían al borde del colapso. Mientras la economía se tambaleaba,
las instituciones de la democracia liberal desaparecieron prácticamente entre
1917 y 1942, excepto en una pequeña franja de Europa y en algunas partes de
América del Norte y de Australasia, como consecuencia del avance del fascismo
y de sus movimientos y regímenes autoritarios satélites. “
Las huellas de la Primera Guerra Mundial
El desastre demográfico
El saldo de la Primera Guerra Mundial fue catastrófico. Costó alrededor de diez millones de vidas humanas y una cifra similar de heridos y mutilados, casi todos europeos. A ello hay que sumarle las muertes causadas por las epidemias y las pésimas condiciones de higiene.
Las transformaciones territoriales: los tratados de paz
La Primera Guerra Mundial finalizó en noviembre de 1918. A comienzos del año siguiente, representantes de treinta y dos naciones se reunieron en Francia para determinar las condiciones que se les impondrían a los países vencidos. Ellas fueron decididas, en realidad, solo por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Los Estados perdedores (Alemania, Austria, Hungría y Turquía) no participaron en ningún momento y sólo fueron convocados al final de los debates para firmar los tratados de paz.
Se firmaron varios tratados, uno por cada nación derrotada. El más importante fue el Tratado de Versalles en el que se establecían las condiciones que debía cumplir Alemania.
Como consecuencia de los tratados de paz, se formaron nuevos países con los territorios de los Imperios que fueron derrotados en la guerra: el Imperio Alemán, Austro-Húngaro y Turco. El Imperio Ruso también desapareció pero por una revolución socialista que se produjo en 1917. En el Medio Oriente: Inglaterra y Francia se repartieron las posesiones del derrotado Imperio Turco. En Palestina, el gobierno inglés se había comprometido a establecer “una patria nacional” para el pueblo judío. Esta es una de las principales causas del conflicto actual entre palestinos e israelíes.
La Revolución Rusa
El Imperio Ruso
Mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, en el Imperio Ruso se produjo una revolución que, al igual que la Francesa, convulsionó a todo el mundo y a lo largo de todo el siglo XX. El Imperio Ruso abarcaba un territorio extenso de casi 22 millones de kilómetros cuadrados poblado por unos 170 millones de habitantes pertenecientes a distintas nacionalidades; predominaban los eslavos (rusos, ucranianos, polacos y bielorrusos) y el resto eran turcos, judíos, finlandeses, alemanes y descendientes de mongoles. Todos ellos debían aceptar la autoridad de un emperador o zar que ejercía su voluntad límite alguno pues se consideraba que su poder venía de Dios. El zar gobernaba con el apoyo del ejército, la policía, la nobleza y la Iglesia ortodoxa. El desarrollo económico del Imperio Ruso era desparejo. Alrededor del 90% de la población se dedicaba a la agricultura, muchos eran campesinos hambrientos y semianalfabetos que cultivaban con las mismas técnicas que sus padres y abuelos. La mayoría de las tierras pertenecían a la nobleza o aristocracia rusa.
La industria había crecido desde mediados del siglo XIX, sólo en algunas ciudades como Moscú, San Petersburgo y Kiev. Con el aporte de capitales y maquinarias fundamentalmente franceses, se dedicaba a la fabricación de armamentos y material ferroviario. La industrialización permitió el crecimiento del proletariado. En San Petersburgo, por ejemplo, los obreros representaban el 50% de la población. Entre ellos, comenzaron a tener éxito las ideas del socialismo marxista. En 1897, los socialistas habían fundado el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Lenin fue el dirigente de este partido que alcanzó más popularidad entre los obreros de las fábricas. Fue quien adaptó el marxismo a las condiciones específicas de Rusia; planteaba
que para terminar con las injusticias del régimen zarista, los obreros debían hacer una revolución y construir una sociedad igualitaria, sin explotadores ni explotados.
Desde fines del siglo XIX, comenzaron a desarrollarse muchos conflictos sociales debido a las malas condiciones de vida y de trabajo, a las que se sumaba la falta de libertades sindicales y políticas.
Las revoluciones de 1917: febrero y octubre
El Imperio Ruso participó en la Primera Guerra Mundial en el bando aliado, formaba parte de la Triple Entente. Pero su intervención fue desastrosa. Los alemanes derrotaron con facilidad a su ejército y ocuparon parte de su territorio. Los habitantes de las ciudades y del campo sufrieron los efectos de la guerra: las fábricas cerraban por la falta de materias primas y los campos sembrados fueron destruidos. El hambre, el desempleo y la conflictividad social aumentaron. En el ejército, el desastre militar debilitó la autoridad y provocó el descontento entre los soldados. En toda Rusia se organizaron soviets (en ruso significa consejo) formados por delegados de soldados, obreros y campesinos que se oponían al gobierno del zar y, a través de su accionar, se fueron convirtiendo en organismos de poder y adquirieron experiencia para la lucha. Tantos años de descontento contra la opresión y las injusticias afloraron en forma explosiva.
A fines de febrero de 1917, el zar Nicolás II ordenó disparar contra una manifestación. Los soldados desobedecieron y se unieron a la multitud. Al no poder controlar la situación, el zar renunció y lo reemplazó un Gobierno Provisional. Estaba integrado por hombres que proponían reformas moderadas y lentas pero nada hicieron para mejorar la situación de la población y terminar con la guerra. Al no ver satisfechas las principales reivindicaciones, pan, paz y tierra, el descontento popular fue en aumento. Los obreros tomaron el control de las fábricas y los campesinos se apoderaron de las tierras. Muchos soldados, cansados de los sufrimientos de la guerra, desertaron. Otros se rebelaron contra sus oficiales y también organizaron soviets. Mientras tanto, crecía la influencia de los bolcheviques, socialistas seguidores de Lenin. Éste se fue transformando en el líder del partido y de las masas obreras. Convencido de que había llegado la hora de la revolución proletaria de la que hablara Marx, lanzó la consigna “todo el poder a los soviets”, un grito que se extendió por todo el territorio ruso. Pocos meses después de octubre, en la noche del 24 al 25 de octubre, el Gobierno Provisional fue derrocado sin ofrecer resistencias y el Partido Bolchevique y los Soviets tomaron el poder. Al día siguiente, se formó el primer Gobierno Obrero y Campesino del mundo en el que los bolcheviques tenían mayoría. Lenin fue nombrado su presidente. Por primera vez en la Historia llegaban al gobierno un partido socialista y organizaciones de obreros y campesinos. No solo por esto la Revolución Rusa fue el hecho histórico más importante del siglo XX. Además, porque casi todo lo que sucedió a lo largo
de ese siglo estuvo relacionado, directa o indirectamente, en apoyo u oposición, con esta revolución.
La construcción del Estado Soviético
Los bolcheviques necesitaban terminar la guerra para comenzar a construir un país socialista. Además, era la principal demanda de la población. Por este motivo, una de las primeras medidas aprobadas por el nuevo gobierno fue la firma de un tratado de paz con Alemania. Por este acuerdo los bolcheviques se vieron obligados a ceder a los alemanes un cuarto de su territorio y cantidades importantes de hierro y carbón. Sin embargo, después de la derrota de Alemania, a fines de 1918, y con los tratados de paz en gran parte de estos territorios se formaron países independientes como Finlandia, Letonia, Estonia y Lituania. Otra de las medidas tomadas por el Gobierno Obrero y Campesino fue la eliminación de la propiedad privada. Las tierras ya no pertenecían a la aristocracia. El nuevo gobierno entregó la tierra a todos los ciudadanos que desearan trabajarla. La compra, venta y alquiler de la tierra así como el empleo asalariado, fueron prohibidos.
Otra medida importante fue el control de los obreros sobre las empresas de más de cinco trabajadores y la nacionalización de los bancos. Estas medidas y el tratado firmado con los alemanes despertaron el horror y la indignación de los gobiernos occidentales. Sin embargo, no se creía que el nuevo gobierno, llamado soviético sobreviviera. Se esperaba que en días o semanas fuera derrotado por el “ejército blanco”, apoyado por quienes estaban en contra de la revolución y querían la restitución del zar, entre ellos, las principales potencias
occidentales. Para defenderse, el gobierno soviético organizó el “ejército rojo” integrado por obreros, soldados y campesinos que defendían la revolución. Finalmente, tras una larga guerra civil que duró entre 1917 y 1921, los “rojos” lograron vencer a los “blancos”. A pesar del triunfo, la guerra civil dejó sus huellas. Se creó un nuevo Estado, muy centralizado en manos del Partido Bolchevique, llamado Comunista desde 1918. Se prohibieron las críticas internas y se constituyó un sistema de partido único, al que se denominó dictadura del proletariado. En materia económica, se confiscó los granos a los campesinos, una medida muy
antipopular. En 1921, al finalizar la guerra civil, el panorama era desolador.
La crisis de las democracias liberales
La situación de Europa luego de la Primera Guerra Mundial
La Revolución Rusa tuvo un gran impacto en todo el mundo. Despertó simpatías en la mayoría de los trabajadores europeos y en muchos latinoamericanos, como en los mexicanos. También en algunos sectores de la clase media que comenzaron a afiliarse a los Partidos Socialistas y a los recién creados Partidos Comunistas. Por el contrario, entre los grandes propietarios rurales, los industriales y los militares, se agudizó el temor a que se produjeran revoluciones sociales similares a la rusa.
La conflictividad social se profundizó, además, por la crisis económica que se desencadenó luego de la Primera Guerra Mundial: falta de trabajo para los hombres que volvían de la guerra, escasez de alimentos, aumento de precios... Eran frecuentes y masivas las manifestaciones y huelgas en reclamo de mejores condiciones de vida y de trabajo. Este clima de polarización política y alta conflictividad y el desprestigio de los gobiernos por no haber podido evitar la guerra, favoreció el surgimiento de ideologías dictatoriales como el fascismo y el nazismo, que pusieron fin a las democracias liberales.
Democracia liberal: sistema político en el que rigen los derechos políticos y
civiles y las libertades individuales como la libertad de prensa, de opinión, la
existencia de varios partidos políticos y el derecho a ser juzgado. Puede ser
una república o una monarquía pero con un parlamento integrado por legisladores
elegidos por el voto de los ciudadanos.
El fascismo italiano
A comienzos del siglo XX, Italia era un país con una situación económica y social despareja: mientras que en el norte se había logrado un importante desarrollo industrial, en el sur, la actividad principal seguía siendo la agricultura. Su forma de gobierno era una monarquía parlamentaria. En 1915, Italia entró en la Primera Guerra Mundial pero como aliada de la Triple Entente a pesar de ser uno de los países firmantes de la Triple Alianza. Su cambio de bando estuvo muy influenciado por las promesas de territorios que le habían hecho los países aliados. Sin embargo, los tratados de paz no le concedieron al gobierno italiano lo que pretendía. A partir de ese momento, los sectores nacionalistas disconformes, comenzaron a hablar de la “victoria mutilada”.
El ascenso del fascismo: la “Marcha sobre Roma” y la llegada de Mussolini al gobierno
Durante la guerra y luego de ella, el costo de la vida en Italia había subido más rápidamente que los salarios y en consecuencia, el nivel de vida de la clase trabajadora había empeorado. Para recuperarse de esas pérdidas, las organizaciones obreras protagonizaron, durante el año 1919, más de 1.800 huelgas, un gran número de fábricas fueron ocupadas y muchas de ellas pasaron a ser administradas por los trabajadores. Algo similar ocurría en el campo. El hambre hizo que los jornaleros se apropiaran de las tierras de los grandes propietarios.
“Una buena parte de la clase media vio con recelo cómo campesinos y obreros utilizaban su fuerza para conseguir mejoras salariales que ellos eran incapaces de alcanzar. Poco a poco, la subida de los precios condujo a legiones de funcionarios, profesionales y rentistas a situaciones de miseria. El avance de las fuerzas obreras y la actitud y los discursos de políticos del Partido Socialista hicieron pensar a mucha gente que la revolución era inminente. Además, la oposición de los socialistas a la guerra y su clara actitud antimilitarista provocaron aun gran resentimiento en el seno del ejército, tanto entre oficiales en activo como entre los que lo habían sido durante la guerra. La incapacidad de los partidos gobernantes (liberales, moderados radicales) para contrarrestar a los socialistas y garantizar gabinetes estables y eficientes hizo que la burguesía industrial, los grandes propietarios agrícolas, las clases medias, los funcionarios, el ejército y la misma Corona comenzasen a pensar que cualquier solución que permitiera restablecer el orden era preferible al ascenso imparable de las fuerzas obreras socialistas. Sólo teniendo en cuenta este clima de consentimiento podemos entender la facilidad con que el Partido Fascista y Mussolini consiguieron el poder.”
En este clima de agitación política y social surgió, en 1919, un nuevo grupo nacionalista, los fascio de combate. Se distinguía por ser un grupo organizado militarmente, con uniforme (camisas negras) y un saludo
(el de los emperadores romanos). Uno de sus líderes era Benito Mussolini, un ex-maestro de escuela, que proponía restaurar el orden en el país, eliminar el comunismo y recuperar el prestigio de la nación italiana en el exterior. En noviembre de 1921, Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista, que muy pronto tuvo 700.000 afiliados. Su próximo paso fue hacerse cargo del gobierno. Con esa intención organizó, en 1922, la "marcha sobre Roma”: los fascistas se encaminaron a la capital, ocuparon edificios públicos y centros de comunicación para presionar al rey, Victor Manuel III. Pretendían que Mussolini fuera nombrado primer ministro. Tuvieron éxito.
“Además de combatir al socialismo, el fascismo ataca a todo el conjunto de las ideologías democráticas, y las rechaza tanto desde el punto de vista de sus premisas teóricas como de sus aplicaciones e instrumentaciones prácticas. El fascismo niega que el número por el simple hecho de ser número, pueda dirigir las sociedades humanas; niega que este número pueda gobernar mediante una consulta periódica; afirma la desigualdad irremediable, fecunda y beneficiosa de los hombres, que no se puede nivelar mediante un hecho mecánico y extrínseco como es el sufragio universal. Se pueden definir como regímenes democráticos aquellos en los que, de tanto en cuando, se da al pueblo la ilusión de ser soberano, pero la verdadera y efectiva soberanía reside en otras fuerzas [...]”
El Estado fascista
Poco a poco, Mussolini fue controlando totalmente el poder. Mantuvo la figura del rey pero la vació de autoridad. Los partidos políticos fueron disueltos (excepto el Fascista), los opositores, incluso los de su propio partido, fueron perseguidos o asesinados, se estableció la censura de prensa, se instauró la pena de muerte y se prohibió y persiguió toda actividad sindical no fascista.
La radio, el cine y el teatro estaban igualmente controlados. La enseñanza en escuelas y universidades era supervisada, los maestros debían usar uniformes y se escribieron nuevos libros de textos que elogiaban al fascismo. Mussolini no toleraba huelgas ni cierres de empresas. Sostenía que el Estado debía jugar un papel de árbitro en los conflictos entre obreros y empresarios, sin embargo, éstos se negaban a aceptar las decisiones del Estado. Casi siempre, los conflictos se resolvían en contra de los obreros. En la política económica, el fascismo defendió el capitalismo pero impulsó una fuerte intervención del Estado, un proteccionismo para la industria nacional y la independencia económica de Italia. Esta política favoreció sólo a algunas grandes industrias que, como la Fiat o la de armamentos, contaban con la protección del Estado. Sin embargo, el nivel de vida de la mayoría de la población descendió en relación al de otros países europeos. El Estado fascista finalizó cuando Italia fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial en la que combatió junto con la Alemania de Hitler. Mussolini quedó sin apoyos, fue destituido por el rey en 1943 y
asesinado en 1945 por quienes habían sufrido la opresión del régimen fascista.
El Nazismo
Mientras Mussolini gobernaba Italia, Alemania no quedó al margen de la crisis de las democracias liberales. Por el contrario, también se impuso en ese país un régimen fascista mucho más terrible que el italiano y con características particulares.
La República de Weimar
Hasta finalizar la Primera Guerra Mundial, Alemania había sido gobernada por una monarquía. Luego, y como consecuencia de la derrota, se estableció una república federal, parlamentaria y democrática, conocida como República de Weimar. En esta República, el Partido socialista alemán (SPD) era el que tenía mayor poder político: el presidente y la mayoría de los diputados eran del SPD. Los socialistas de este partido no estaban de acuerdo con una revolución similar a la que se había producido en Rusia. Pensaban que el socialismo podía alcanzarse a través de un largo proceso de reformas.
Los primeros años de gobierno de estos socialistas se caracterizaron por una gran agitación social. Obreros y soldados habían formado soviets y otro grupo de socialistas -los que luego van a fundar el Partido Comunista Alemán- proponían el camino de la revolución y el gobierno obrero. Al poco tiempo, los dirigentes de este grupo fueron asesinados por bandas armadas vinculadas a la policía sin que el gobierno hiciera nada para detenerlos. El gobierno surgido en Weimar tuvo que enfrentar, además, serios problemas económicos. El endeudamiento de guerra y la indemnización que Alemania tenía que pagar a los vencedores originaron una gran inflación que fue acompañada por una espectacular caída del valor del marco alemán. Las personas que vivían de un salario o del cobro de alquileres se arruinaron y una buena parte de las pequeñas empresas tuvieron que cerrar, lo que provocó un aumento del desempleo. La crisis llegó a su máximo nivel a fines de 1923.
Finalmente, la situación económica logró controlarse con la ayuda de los Estados Unidos de Norteamérica, aunque los sectores medios y populares sufrieron importantes pérdidas. En los años posteriores a 1924, Alemania vivió un período de relativa estabilidad pero una crisis económica mundial en 1929 y, relacionada con ésta, la retirada de los capitales norteamericanos que estaban invertidos en Alemania, sumieron al país en una nueva crisis. El desempleo subió desmesuradamente, se pasó de un millón y medio de desocupados en 1929 a 6 millones en 1931. El partido socialista y otros partidos tradicionales comenzaron a perder apoyo. Los votantes se inclinaban por un gobierno fuerte que impusiera el orden. Esa era la propuesta del Partido nazi y su líder, Adolfo Hitler.
El ascenso de Hitler al poder
En 1920, Adolfo Hitler fundó el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (Nazi), uno de los tantos grupos de derecha y nacionalista que surgieron en la época.En sus discursos, Hitler combinaba un violento nacionalismo con doctrinas racistas, antidemocráticas y anticomunistas, culpaba a marxistas y judíos de ser los responsables de los males que padecía Alemania y exigía que se desconociera el Tratado de Versalles. En 1923, en plena crisis económica, Hitler intentó tomar el poder por medio de un golpe de Estado pero todavía no contaba con apoyo suficiente. Su plan fracasó, fue arrestado y condenado pero permaneció sólo seis meses en la cárcel. Una vez liberado, decidió reorganizar el partido para llegar al poder por la “vía legal”, es decir a través de elecciones. Sin embargo, en ese momento no tuvo éxito. Recordemos que, a partir de 1924, la economía alemana se había estabilizado gracias al aporte de capitales norteamericanos, y habían disminuido los conflictos sociales y la polarización política. En situación de cierta calma, los ciudadanos preferían votar opciones más moderadas y conocidas. Recién en 1929, cuando Alemania comenzó a sentir los efectos de la crisis que estalló en Estados Unidos, los nazis consiguieron resultados electorales importantes. Las clases medias, los campesinos arruinados y algunos obreros desesperados por el desempleo y la miseria, buscaron favorecer, por medio del voto, a quien les prometía volver a un “pasado que había sido mejor”. El Partido Nazi también contó con el apoyo económico de los dueños de la industria y las finanzas que esperaban que Hitler pudiera terminar con los reclamos obreros y el peligro que significaba para ellos el partido comunista. Por otro lado, el nacionalismo agresivo de Hitler le hizo ganar seguidores entre los militares y antiguos combatientes. Finalmente, en enero de 1933, por la cantidad de votos que obtuvieron los nazis y por el apoyo de otros partidos, Hitler fue designado canciller -una especie de jefe de gabinete- con amplios poderes.
El Partido nazi organizaba grandes actos. Hitler era el orador estrella. Hablaba en términos
sencillos, buscando despertar los sentimientos nacionalistas y los prejuicios racistas del público.
Culpaba a los judíos de todos los males: desde el estallido de la guerra en 1914 hasta de
la derrota de 1918. Acusaba a los políticos de haber traicionado al pueblo alemán con la firma
del Tratado de Versalles. Protestaba contra los excesos del capitalismo: las altas tasas de
interés y las grandes cadenas de almacenes que perjudicaban a los pequeños comerciantes.
Exigía el reestablecimiento del servicio militar obligatorio, la abolición de la libertad de
prensa y la creación de un fuerte poder central que recuperara el poderío alemán.
El partido nazi utilizaba como estrategia política la violencia contra los opositores, especialmente contra los comunistas. Hitler, que se declaraba admirador de Mussolini, organizó el partido Nazi al estilo militar. Le dio un uniforme (camisa parda), un saludo (el romano) y un distintivo (la esvástica o cruz gamada). Además creó un cuerpo de protección del partido: las Secciones de Asalto (S.A.), similares a los fascio de combate.
Estados Unidos: prosperidad, crisis y depresión
El desarrollo económico en los “felices años veinte”
La Primera Guerra Mundial había perjudicado las economías de las principales potencias europeas. Muy distinto fue el caso de Estados Unidos. La guerra lo había enriquecido notablemente y convertido en la principal potencia económica: prestó dinero y exportó gran cantidad de productos a sus aliados europeos. De esta manera, el dólar se había convertido en la moneda más fuerte y por primera vez, los principales países europeos le debían dinero a Estados Unidos. Ese fue el comienzo de la prosperidad que vivió la economía norteamericana en la década de 1920.
El Estado, de acuerdo con los principios liberales, no intervino directamente en la economía pero contribuyó a la prosperidad general. Se elevaron las tarifas aduaneras (impuestos que debían pagar los productos extranjeros) para proteger a la industria norteamericana y se alentó a los ciudadanos a comprar productos nacionales. Se bajaron los impuestos para favorecer la inversión y el consumo. Además se construyeron importantes carreteras. Los camiones y el sistema ferroviario permitían transportar con facilidad los productos por todo el país.
Otros factores que contribuyeron a la “felicidad” económica de los años '20:
- La renovación del sector energético, caracterizado por un gran incremento del consumo de petróleo y de electricidad. En estos años, la producción de petróleo aumentó un 156%.
- La consolidación de nuevos sectores industriales, como el químico y, sobre todo, el automovilístico. Otros sectores, como la radiofonía, la aviación y la industria cinematográfica, también comenzaron a abrirse camino.
- El aumento de la productividad. La aplicación del taylorismo garantizó la producción en masa Con el mismo número de obreros se producía mucho más, y, por lo tanto, aumentaban los beneficios del empresario.
- El aumento del consumo. Mejores salarios y la posibilidad de comprar a plazos largos incrementaron el consumo. A su vez, el deseo de aumentar las ventas dio a la publicidad y al marketing un papel muy importante en la economía norteamericana. Los avisos publicitarios en los periódicos y en la radio se encargaban de difundir los nuevos productos: aparatos de radio, heladeras, lavarropas, aspiradoras, motocicletasy, sobre todo, automóviles.
- El incremento de la concentración empresarial, tanto en sector industrial como en el bancario: unas pocas empresas manejaban el mercado.
Los productores agropecuarios no participaron de la prosperidad. Cuando los países europeos estaban en guerra, Estados Unidos les vendía muchos productos agrícolas, en especial, carnes y cereales, pero cuando el conflicto terminó y el campo europeo comenzó a recuperarse, dejaron de comprarles a los agricultores norteamericanos. Por otro lado, éstos necesitaban producir y vender cada vez más para compensar el aumento de los precios de los productos industriales que necesitaban comprar.
De esta manera, se ofrecían más productos agropecuarios de los que se vendían, por lo tanto, su precio era cada vez menor. Esta situación dividió a la sociedad norteamericana: el campo en crisis y la ciudad próspera. Entre ellos no tardó en desatarse un conflicto que se manifestó, entre otras cosas, en el enfrentamiento de dos formas de vida. Mientras que en la ciudad se adoptaba todo lo que era moderno, los habitantes del campo defendían las costumbres, la religión y la moralidad tradicionales.
La crisis de 1929: el fin de la prosperidad
A medida que los empresarios obtenían ganancias importantes, buscaron nuevos negocios en que invertirlas. Prestaban dinero a Alemania y a otros países; instalaban sus industrias en el extranjero, como en Argentina y Brasil. También invertían en maquinarias que permitían aumentar la producción. Sin embargo, la demanda
comenzó a ser insuficiente, tanto en el interior de los Estados Unidos como en el exterior, producían mucho pero no vendían lo suficiente. Cuando los empresarios se dieron cuenta de que tendrían dificultades para vender tanta mercadería, dejaron de invertir en sus empresas y comenzaron a comprar bienes de lujo, como joyas o yates, y a especular en la bolsa: pedían créditos a los bancos, con ese dinero compraban acciones. Obtenían más ganancias especulando que produciendo. Esta forma de obtener beneficios en base a la especulación finalizó en octubre de 1929, cuando se desató la peor crisis de la economía norteamericana. Comenzó con la violenta caída de los precios de las acciones de la Bolsa de Nueva York y se extendió por todo el sistema bancario, la industria, el comercio y al agro. Sus consecuencias se sintieron en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial.
La crisis de 1929 también tuvo consecuencias en América Latina
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la posguerra en las economías latinoamericanas
La Primera Guerra Mundial impactó de distinta manera en las economías latinoamericanas. Los países que exportaban productos primarios no estratégicos -sin relación con la fabricación de material bélico- como Brasil (café) o los de América Central y el Caribe (banana, azúcar) se vieron perjudicados gravemente por la
escasez del transporte marítimo y porque el precio de los productos que importaban (bienes industriales) aumentó mucho más que el de los que exportaban (alimentos y materias primas). En cambio, los que exportaban materia prima estratégica -necesaria para la fabricación de armamento o para el transporte-, como México (petróleo), Perú (cobre), Bolivia (estaño) y Chile (nitratos) se vieron favorecidos por el aumento de la demanda.
Otra de las consecuencias de la guerra fue que los capitales y los productos industriales que se consumían en América Latina ya no provenían de Gran Bretaña sino de Estados Unidos por la gran expansión económica de este país. Sin embargo, esta situación generó un grave problema para muchos países sudamericanos: sus producciones no podían ser vendidas a los Estados Unidos porque competían con las de los agricultores norteamericanos. Por lo tanto, a finales de los años veinte, muchos países como la Argentina, desarrollaron un comercio exterior triangular, le compraban los productos fundamentalmente a Estados Unidos pero le seguían vendiendo a Gran Bretaña. En suma, como consecuencia de la guerra, el debilitamiento de Gran Bretaña como potencia mundial y la expansión de la economía norteamericana, los países de América Latina aumentaron su dependencia política y económica de Estados Unidos.
El impacto de la crisis de 1929
La crisis de 1929 tuvo profundas consecuencias en todo el mundo, también en América Latina. Los países europeos y Estados Unidos, por la crisis, comenzaron a comprar menos productos, lo que ocasionó que las exportaciones latinoamericanas disminuyeran. De esta manera, los países no tuvieron divisas (moneda extranjera) para comprar productos extranjeros, por lo tanto también disminuyeron las importaciones.
Sin embargo, la gran cantidad de dinero que debía América Latina a Estados Unidos y a Europa (deuda externa) se mantuvo. Por lo tanto, como se vendía menos cantidad, a menos valor pero se debía lo mismo (e incluso más por los intereses), los Estados latinoamericanos se empobrecieron.
Las consecuencias de la crisis no fueron sólo económicas. La mayoría de las repúblicas latinoamericanas tuvieron cambios de gobierno, de distinto tipo, durante los peores años de la depresión. En algunos casos, como en el golpe militar en la Argentina que derrocó al presidente Hipólito Irigoyen, la oligarquía primario- exportadora decidió retomar el control del Estado para proteger, a toda costa, sus intereses.
En otros, como en Centro América y el Caribe (Somoza en Nicaragua, Batista en Cuba y Trujillo en República Dominicana) se impusieron dictaduras pro-norteamericanas que traducían el nuevo rol de Estados Unidos en la región.
Finalmente, y en un sentido opuesto al anterior, se instalaron gobiernos que introdujeron importantes reformas sociales nacionalistas como en Brasil (Getulio Vargas) y en México (Lázaro Cárdenas).
En el aspecto económico, una de las mayores transformaciones que se introdujeron como consecuencias de la crisis fue el crecimiento del sector industrial. Durante la década de 1920, se habían desarrollado algunas industrias en las repúblicas más grandes (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú) debido a que por la guerra no llegaban los productos industriales y, luego, por el crecimiento del mercado interno. Se trataba de bienes de consumo final (textiles, alimentos elaborados y bebidas). Sin embargo, si bien la industria había comenzado a adquirir cierta importancia, en ningún caso tuvo un tamaño suficiente como para lograr un desarrollo independiente. A fines de 1920, las economías latinoamericanas seguían basándose en la exportación de productos primarios.
Luego de la crisis de 1929, en los países que contaban ya con una base industrial anterior (Argentina, Brasil, México), se profundizó la industrialización por la falta de divisas que habíamos mencionado antes. Además de producir bienes de consumo final, se crearon industrias que, como la petroquímica, la siderurgia y la metalmecánica, eran considerados industria pesada, lo que implicaba un mayor desarrollo económico.
Comenzó entonces, un nuevo modelo económico que se denominó industrialización por sustitución de importaciones (ISI). Su característica fundamental era que se producía para el mercado local, es decir que lo que se consumía en el país no provenía del extranjero sino de las industrias nacionales.