sábado, 12 de marzo de 2011

La historia del Capitalismo

Es el sistema económico y social en el cual vivimos, en la actualidad casi toda la población mundial vive bajo este sistema. El capitalismo tuvo sus orígenes en los países de Europa occidental, luego se fue
extendiendo hacia el resto de Europa y de otros continentes e, indudablemente, tuvo influencias en todos los países del mundo.
OBJETIVOS:

• Conocer y comprender los cambios que se fueron produciendo en la sociedad burguesa y en el sistema capitalista durante los siglos XIX y XX.
• Establecer relaciones entre la historia de América Latina y los procesos
históricos del resto del mundo contemporáneo.


La sociedad europea de 1850 era muy distinta a la que había existido cien años antes. Las diferencias estaban relacionadas con dos procesos revolucionarios que se desarrollaron, uno en Inglaterra
y otro en Francia casi en forma simultánea, a fines del siglo XVIII: la Revolución Industrial Inglesa y la Revolución Francesa.


La Revolución Industrial y los cambios económico-sociales

La Revolución Industrial que comenzó en Inglaterra, significó un nuevo modo de organizar la producción,
es decir, la forma en que el hombre obtiene la riqueza y los bienes que necesita. Estos cambios en las formas
de producir transformaron la vida en la sociedad moderna.

Hasta el siglo XVIII todo lo que producían los hombres se realizaba de manera artesanal. A partir de entonces, la mayor parte de los productos comenzaron a hacerse primero en pequeños talleres y luego en grandes fábricas. En las fábricas se utilizaron por primera vez máquinas que permitían realizar las tareas que antes hacían los artesanos. Las nuevas máquinas, que se movían por medio de energía a vapor, hacían posible elaborar más productos en menos tiempo. La principal actividad que se desarrolló en los inicios de la revolución industrial fue la confección de los tejidos de algodón.

Este nuevo modo de organizar la producción fue denominado capitalismo y permitió, como gran novedad, un crecimiento constante de la riqueza, pero también implicó que los hombres se organizaran y relacionaran
entre sí de distinta manera. Por ejemplo, originó un nuevo grupo social, la clase obrera. Eran, fundamentalmente, los trabajadores de las fábricas. A diferencia de los artesanos que vivían de la venta de las mercancías que fabricaban en sus talleres -zapatos, telas, etc.- los obreros vivían del salario que les pagaban los capitalistas.
Los “capitalistas o burguesía industrial” también aparecieron en esta época. Eran los dueños de las máquinas y de las fábricas y como tales, eran los que tomaban las decisiones económicas con total libertad como qué mercancía producir, a qué precios venderla, cuáles serían las condiciones de trabajo, etc. Contrataban
a los obreros, les pagaban los salarios y obtenían ganancias de las ventas de las mercancías. En realidad, una burguesía rica ya existía desde hacía bastante tiempo, lo nuevo fue que ahora su riqueza se originaba en el trabajo de los obreros en las fábricas.
Junto con estos cambios, se produjeron otros relacionados con las formas en que vivía y se organizaba la sociedad. Mientras los obreros padecían condiciones laborales muy duras, la burguesía incrementó su fortuna, obtuvo el poder político e impuso sus costumbres y valores al conjunto de la sociedad. Hasta ese momento, el grupo social más importante y con mayor poder era la aristocracia. Pero la burguesía en algunos países, como en Inglaterra y en Francia, desplazó del poder a los aristócratas. En otros, como en Alemania, compartió el poder con ellos.
Pronto la exitosa experiencia inglesa estimuló el proceso de industrialización en otros países. Poco tiempo después, desde los comienzos del siglo XIX, Francia, Alemania, los Estados Unidos y Japón comenzaron a transitar su propio camino hacia el capitalismo.


La Revolución Francesa y los cambios político-ideológicos

La Revolución Francesa (1789-1815) fue el acontecimiento más importante de esta época por los profundos cambios que introdujo. Antes de la Revolución Francesa, el privilegio y poder que tenía cada persona dependía del lugar que los padres ocupaban en la sociedad y, salvo raras excepciones, se mantenía ese
lugar desde el nacimiento hasta la muerte. Por supuesto, el mayor poder lo tenía el rey. A partir de la
Revolución Francesa no sólo el pueblo francés logró derrotar al rey y a la aristocracia que lo apoyaba,
sino que también construyó un nuevo y moderno sistema político con división de poderes en el que ya no existían los privilegios por nacimiento e instauró la revolucionaria idea de que todos los hombres nacen libres e iguales ante la ley.

Cuando estalló la revolución, la burguesía era todavía una clase demasiado débil como para poder
derribar por sí sola a ese antiguo, y aún fuerte, poder aristocrático. Pero otros grupos sociales (artesanos, vendedores ambulantes, campesinos, trabajadores domésticos...) también luchaban por la igualdad. Gracias
a la unión entre los distintos sectores, la revolución pudo triunfar. La Revolución Francesa que comenzó en 1789 fue la más importante de las revoluciones que se produjeron hasta la primera mitad del siglo XIX pero no la única. Otras, en 1820, 1830 y 1848, en Francia y en otros países,
profundizaron los cambios iniciados en 1789.


Las nuevas ideologías

Las experiencias de la Revolución Francesa, de la Revolución Industrial Inglesa y de los otros movimientos revolucionarios que acabamos de mencionar, favorecieron el desarrollo de nuevas ideas y creencias, es decir, ideologías, que intentaron imponerse a toda la sociedad. Muchas habían tenido origen en siglos anteriores
pero, fue a partir de la “doble revolución” que comenzaron a ser aceptadas y adoptadas por amplios sectores de la población y los gobiernos.
Estas nuevas ideas y creencias constituyeron las bases de las ideologías modernas
como el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo, y explican muchas de las luchas que se desarrollaron durante los siglos XIX, XX hasta la actualidad; incluso el surgimiento de numerosos partidos políticos y movimientos sociales que aún hoy existen.

El liberalismo


El liberalismo es una forma de pensar y organizar la sociedad, la economía y la política que comenzó a desarrollarse en el siglo XVII. Defendía las libertades de religión, de asociación, de comercio y el derecho de propiedad. Consideraba que el Estado, tenía que asegurar el pleno ejercicio de todas esas libertades y eliminar cualquier obstáculo que existiese. Por ejemplo, el Estado no debía intervenir directamente en la economía pero sí garantizar el libre juego de la oferta y la demanda. El precio de los productos se fijaría en función de este “libre juego”.
Veamos un ejemplo. ¿Cómo se determinaría para el liberalismo el precio de la harina?
Según los liberales, el Estado no debía poner precios máximos o mínimos, ni el valor de los salarios ni ninguna otra regulación. Si los fabricantes de harina ofrecían mucha cantidad de este producto en el mercado, el precio bajaba. Si, por el contrario, la demanda (cantidad de compradores de harina) superaba a la oferta
(cantidad de harina que ofrecían los harineros), el precio de la harina subiría.
Los liberales sostenían además que todos los hombres eran iguales ante la ley -tenían los mismo derechos-, pero aceptaban y justificaban las diferencias económicas y la existencia de clases sociales. Según ellos, las diferencias entre el rico y el pobre se originaban en las cualidades naturales de cada uno; el rico lo era por su capacidad, habilidades y constancia para enriquecerse, el pobre carecía de esas condiciones naturales y/o no realizaba el esfuerzo suficiente para lograr sus propósitos.
A partir de fines del siglo XVIII, el liberalismo se difundió por todo el mundo aunque no de igual manera. Tuvo más influencia en Inglaterra, Francia y Estados Unidos y mucho menos en Alemania, Japón, Austria-Hungría o Rusia.

Adam Smith, en su libro Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, publicado en 1776, estableció las bases del liberalismo económico. Smith sostenía que la riqueza
estaba basada en el trabajo y que el precio de las mercancías se fijaba en el mercado siguiendo el libre juego de la oferta y la demanda. El Estado sólo debía crear las condiciones para que nada interfiriera en el desarrollo de la economía. Por ejemplo, estableciendo una política comercial de librecambio o libre comercio, es decir, permitiendo la libre entrada y salida de mercancías (sin trabas -impuestos- aduaneros). Estos principios sirvieron de modelo para el desarrollo económico a lo largo del siglo XIX.


En resumen, hacia mediados del siglo XIX, tres aspectos que se desarrollarán y profundizarán en la segunda mitad del siglo, caracterizaron a las sociedades europeas occidentales y americanas:
• el capitalismo en lo económico,
• el liberalismo en el plano de las ideas y de las instituciones políticas y
• la burguesía como la clase de mayor poder.

El crecimiento económico: la Segunda Revolución Industrial

Desde mediados del siglo XIX, algunos países, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón, iniciaron una etapa de gran crecimiento económico. Los nuevos adelantos tecnológicos aplicados al sistema de transportes y comunicación y a la industria -como la utilización de la máquina de vapor en los
ferrocarriles y luego, la locomotora eléctrica-, permitieron un importante aumento de la producción, sobre todo en la siderurgia, en la química y la electricidad.
Las transformaciones económicas fueron tan profundas y con tanto impacto en todo el mundo que al desarrollo que se produjo en esta etapa, se lo denominó Segunda Revolución Industrial. Ésta, a diferencia de la primera (la que comenzó a fines del siglo XVIII) fue mucho más compleja: demandó muchos más capitales,
innovaciones tecnológicas más sofisticadas y mano de obra especializada.
¿Por qué se produjo esta Segunda Revolución Industrial?
Hacia mediados del siglo XIX, se dio una combinación entre el capital disponible y un aumento de la demanda de maquinarias. Ambos factores favorecieron la modernización y abaratamiento de los transportes y las comunicaciones. Mercaderías y personas pudieron llegar a nuevas regiones que hasta ese momento estaban aisladas. El ferrocarril, los grandes barcos movidos por vapor y el telégrafo fueron los símbolos de la Segunda Revolución Industrial, sus productos característicos, el hierro, el carbón y más tarde, el acero.
Hacia fines de siglo, se utilizaron nuevas fuentes de energía como la electricidad y el petróleo y nuevos inventos revolucionaron la vida cotidiana: el teléfono, los explosivos, la fotografía, la locomotora y la lámpara eléctrica, el automóvil a gasolina, el fonógrafo y el cine, entre muchos otros.
¿Qué fue el taylorismo?
Junto con la utilización de nuevas tecnologías y fuentes de energía, se introdujeron cambios en la organización del trabajo industrial. El norteamericano Frederick W. Taylor (1856-1915) propuso un conjunto de criterios organizativospara aumentar la productividad, es decir, disminuir el desperdicio de tiempo y esfuerzo en el trabajo fabril y obtener la mayor producción posible durante la jornada de trabajo.
Taylor explica su sistema a través de una experiencia.
“Se adoptó un sistema más perfeccionado de remuneración diaria [...] que consistía en pagar en función de la cantidad y la calidad de lo que se producía. Al cabo de un tiempo relativamente corto el supervisor estimuló la producción de todas las trabajadoras aumentando el sueldo de las que producían más y mejor y reduciéndolo a las que se mostraban inferiores a las otras. Finalmente, despidieron a las obreras cuya lentitud y falta de atención era incorregibles. También se hizo un estudio detallado con un cronómetro del tiempo necesario para hacer cada operación. Se escogió la forma más sencilla de ejecutarlas para eliminar todos los movimientos lentos o inútiles y reunir en una secuencia los más rápidos y los que permitían una mejor utilización de los instrumentos y de los materiales. Este estudio demostró que las trabajadoras perdían charlando una parte considerable del tiempo. Se les impidió hablar durante las horas de trabajo colocándolas a una distancia considerable. Las horas de trabajo fueron reducidas de diez y media a nueve y media y luego a ocho y media [...]. Se introdujo también el trabajo a destajo y cada hora se informaba a las trabajadoras si su ritmo era normal o si iban atrasadas.
“La entrada de la ciencia en la industria tuvo una consecuencia significativa:
en lo sucesivo el sistema educativo sería cada vez más decisivo para el desarrollo industrial. A partir de ahora, al país que le faltara una educación masiva y adecuadas instituciones educativas superiores le sería casi imposible convertirse en una economía “moderna”; y, al contrario, a los países pobres y atrasados que dispusieron de un buen sistema educativo les sería más fácil desarrollarse, como por ejemplo, Suecia.”

Un desarrollo desigual

Hacia fines del siglo XIX, el desarrollo industrial no era igual en todos los países. En el continente europeo, Gran Bretaña, Francia y Bélgica tenían un importante desarrollo económico. Entre ellos se destacaba Gran Bretaña, que se había convertido en la principal potencia económica mundial. España, Italia, Rusia y Austria-Hungría eran países agrarios en los que la industria crecía en pocas y aisladas regiones.Alemania a pesar de haber iniciado más tarde su proceso de industrialización -aproximadamente en la década de 1850-, gracias a una agresiva política del Estado alemán, había alcanzado un importante desarrollo. Superaba a Inglaterra
en industrias como la electricidad, la química y la metalúrgica. Sin embargo, no había logrado obtener un imperio colonial tan importante como el que tenían las otras potencias. Fuera de Europa, sólo Estados Unidos y Japón habían alcanzado un significativo desarrollo industrial y un lugar respetable en el reducido círculo de las grandes potencias. Excepto los países nombrados, el resto del mundo no participó de estas innovaciones,
quedó retrasado y dependía de lo que le compraban o vendían las potencias industriales.

La expansión del capitalismo

La Europa industrializada unifica el mundo: la División Internacional del Trabajo

Los nuevos medios de transportes y comunicaciones permitieron establecer intercambios comerciales aún entre zonas muy alejadas. A partir de ese momento casi todos los países del mundo comenzaron a estar vinculados comercialmente. Poco a poco, la economía mundial se fue organizando de acuerdo con lo que producía y, por lo tanto, con lo que vendía en el mercado internacional. Mientras los países de Europa Occidental, Estados Unidos y Japón se especializaban en la producción de bienes industriales, el resto de los países se dedicaron a la producción primaria (materias primas y alimentos). A este sistema de especialización de la producción e intercambio se lo denominó División Internacional del Trabajo. Así, el mundo quedó dividido en dos áreas:
• la de los países industriales o centrales y
• la de los países de producción primaria o periféricos.
Pero no sólo se intercambiaban productos. Grandes empresarios, banqueros y ricos comerciantes de los países industriales invertían parte de sus capitales en los países periféricos, sobre todo en ferrocarriles y en otras actividades vinculadas a la producción primaria (producción de alimentos y materias primas). Por otra parte, entre 1850 y 1914, cerca de cuarenta millones de europeos dejaron sus países de origen para instalarse en países que, como la Argentina, Canadá y Brasil, necesitaban trabajadores. Éstos venían de las zonas más pobres de Europa o de países industriales en los que los salarios eran bajos y la tecnología comenzaba a desplazar la mano del hombre. Esperaban conseguir trabajo, tierras o un capital para invertir en su país de origen.
La expansión del capitalismo no sólo implicó el aumento del intercambio de mercancías, capitales y personas. Trajo como consecuencia, además, que las crisis de los países industriales, como la que se produjo en el año 1873, tuvieran profundas consecuencias también en las zonas alejadas.

La crisis de 1873 y las transformaciones del capitalismo

“... esta época de prosperidad económica finalizó con una crisis generalizada de alcance mundial cuyo inicio suele ubicase en 1873 y que se mantuvo hasta mediados de la década de 1890.
¿Qué significaba una crisis bajo el capitalismo industrial? En las sociedades agrarias anteriores las crisis ocurrían debido a una disminución del rendimiento de las cosechas, a un crecimiento exagerado de la población o por ambos fenómenos combinados. En suma, se producía menos de lo que se necesitaba y había escasez. En cambio, las características de las crisis capitalistas eran diferentes porque con el capitalismo las crisis provenían del exceso de producción. En efecto, muchas veces la producción era tan grande que los mercados se saturaban de bienes que resultaban muy difíciles de vender. Los precios caían y con ellos también descendían los beneficios obtenidos por los capitalistas. Cuando las ganancias caían demasiado las empresas quebraban y dejaban a gran número de trabajadores desocupados. La crisis de 1873 fue de este tipo, con sus secuelas de caída de precios y baja de las ganancias. En particular, hubo una fuerte caída de los precios agrícolas a causa de la expansión de la agricultura de exportación en América, Australia y Nueva Zelanda; en Europa esta expansión generó una amplia oferta de granos que provoco una gran caída de los precios. Como resultado, las regiones agrícolas de Europa se empobrecieron y eso incrementó las migraciones del campo a las ciudades y hacia otros continentes. En cierta medida, la emigración fue una válvula que permitió aligerar los conflictos sociales generados por la crisis. [...] Recién a mediados de la década de 1890 el capitalismo europeo inició un nuevo ciclo de ascenso. Sin embargo, en el intervalo la crisis había provocado profundas transformaciones en el capitalismo. Muchas de esas transformaciones ya se habían insinuado anteriormente, pero en ese momento se profundizaron: así, algunos Estados comenzaron a intervenir en la economía y protegieron a sus industrias de la competencia de los productos importados mediante la elevación de las tarifas aduanera, a la vez que incrementaron sus tendencias expansionistas y colonialistas. Por último, la vinculación entre el Estado, los bancos y la industria se hizo más estrecha y se formaron grandes conglomerados empresariales. Inglaterra comenzó a perder la preeminencia que tenía como primer país industrial del mundo [...] La quiebra de muchas empresas pequeñas y medianas y su absorción por las más grandes dieron como resultado que quedaran pocas empresas de grandes dimensiones en cada rama de la producción. Este fenómeno recibió el nombre de concentración económica y una de las consecuencias de esta concentración fue la alteración de la libre competencia: una vez que en una rama de la producción quedaban pocas firmas o una única firma, la competencia prácticamente desaparecía y los precios pasaban a ser fijados por estas empresas. Este último efecto se denominó oligopolización (cuando eran pocas empresas) o monopolización (cuando se trataba de una empresa única).”

El socialismo y el crecimiento de los movimientos obreros

Así como existían diferencias económicas y políticas entre los países, en su interior también había grandes desigualdades entre los grupos sociales, entre ricos y pobres. El crecimiento económico que se produjo en este período benefició sobre todo a un grupo minoritario de la sociedad: la burguesía, constituida por industriales, comerciantes y terratenientes que, además de poder económico, tenían poder político. Frente a esta burguesía cada vez más enriquecida, el resto de la sociedad sufría condiciones de vida y de trabajo miserables. Esta situación de desigualdad fue generando movimientos opositores que cuestionaban las ideas del liberalismo y las injusticias de la sociedad capitalista. Uno de ellos fue el socialismo. Los socialistas pensaban que la historia de la humanidad era una historia de lucha de clases, entre explotadores y explotados, dominadores y dominados, y que había llegado la hora en que el proletariado -la clase obrera explotada- se liberara, conquistara el poder y construyera una sociedad justa, sin desigualdades de ningún tipo ni clases sociales. Los principales representantes de este movimiento fueronCarlos Marx y Federico Engels. Si bien en su origen el socialismo marxista fue un movimiento europeo, en poco tiempo su influencia llegó a todo el mundo.
El socialismo marxista
Para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, Marx proclamó la necesidad de que el proletariado, mediante la revolución, conquistase el poder político económico y crease un nuevo Estado obrero al servicio de los trabajadores. Esto daría lugar a un nuevo modo de producción (socialista), en el que no existiría la propiedad privada, ya que la primera misión de la revolución sería la socialización de la propiedad, que pasaría al Estado. Ahora bien, el socialismo era para Marx tan solo una etapa intermedia ya que, con la desaparición de la propiedad privada, desaparecerían las clases y como no habría clases, no sería
necesario el Estado, porque el Estado es la expresión de la dominación de una clase sobre otra. Poco a poco, éste se iría disolviendo para dar paso a la sociedad comunista, es decir, igualitaria, sin clases y sin Estado.
Bajo la influencia de las ideas socialistas y de otras corrientes revolucionarias, los trabajadores se fueron organizando en sindicatos y partidos políticos. El primero y más importante fue el Partido Socialdemócrata Alemán. Incluso, en 1864 se organizó la Primera Asociación Internacional del Trabajador que reunía a sindicatos, federaciones y grupos obreros socialistas de distintos países del mundo. A pesar de su corta vida logró instalar la idea de que el movimiento obrero de todos los países debía unirse para luchar contra el capitalismo. Gracias a las luchas de los trabajadores, a fines de siglo XIX, los gobiernos concedieron varias reformas. Se permitió la libre organización gremial, fueron conseguidas importantes mejoras en las condiciones de trabajo -como el descanso dominical y la jornada laboral de 8 horas-, y poco a poco se fue extendiendo el derecho al voto al conjunto de los sectores sociales hasta llegar al sufragio universal para los varones mayores. Sin embargo, a pesar de esta democratización de la sociedad, siguieron gobernando los mismos grupos políticos.

La expansión imperialista

A fines del siglo XIX, las principales potencias industriales se lanzaron a la conquista de nuevos territorios. Varios son los factores que permiten explicar esta expansión imperialista:
• Los empresarios necesitaban tierras en donde obtener materias primas baratas para fabricar sus productos.
• Necesitaban, además, mercados, es decir, centros de población donde venderlos.
• Las potencias industriales rivalizaban por esos territorios. Estas rivalidades despertaban sentimientos nacionalistas agresivos. Cada potencia quería ser la más importante.
• Los gobernantes de esas potencias comenzaron a pensar que la conquista de territorios coloniales tranquilizaría las tensiones que surgían, producto de las desigualdades sociales y las crisis económicas.
• Pensaban, además, que el sentimiento nacionalista que despertaría la conquista podría servir para que la mayoría de los trabajadores de las potencias imperialistas se olvidasen de las ideas socialistas.
Como resultado de esta expansión, todo el mundo quedó sometido de algún modo a la dominación de los países industriales. África y parte de Asia fueron conquistadas por los ejércitos de las grandes potencias. Formaban parte de sus imperios coloniales y eran gobernadas por funcionarios nombrados desde las metrópolis.
Otros países del mundo se transformaron en “semi-colonias” de las grandes potencias industriales.
Sólo una gran zona del mundo pudo escapar casi por completo del reparto territorial que tuvo lugar en la época. Esa zona era el continente americano. Con la excepción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño, en el resto había repúblicas soberanas. Pero, aunque mantenían su independencia política, los países industriales ejercieron sobre ellas una fuerte dominación económica. La influencia de Gran Bretaña en América Latina era preponderante. Sólo Estados Unidos le disputaba su predominio en el Caribe y América Central.

Los nacionalismos

Mientras se desarrollaba la expansión imperialista y como parte de ella, los gobiernos de Europa intentaron contrarrestar la influencia de las ideas socialistas y frenar los conflictos internos. Uno de los métodos que utilizaron fue la difusión de las ideas y sentimientos nacionalistas. Por medio de ceremonias diarias como el izamiento de la bandera en la escuela y en el servicio militar que comenzó a ser obligatorio, el Estado fomentó el “patriotismo”. Con el mismo objetivo, se impusieron nuevas fiestas y canciones “patrias” y se fomentaron las competencias deportivas entre equipos nacionales, como los campeonatos mundiales de fútbol.
De esta manera, el Estado oponía el “internacionalismo” de las ideas socialistas -la unión de la clase obrera de todos los países contra las burguesías- al orgullo y defensa de la nación. La idea de “patria” ya se había difundido durante la Revolución Francesa pero, a partir de entonces, cobró un nuevo significado en un contexto de creciente rivalidad entre las potencias imperialistas. La prensa jugó un papel importante en todo
este proceso, exagerando las cualidades de la nación y ridiculizando o disminuyendo las de los pueblos extranjeros.
Como en muchos momentos de la historia, se exacerbaron ideas nacionalistas y patriotismo para manipular la voluntad popular. En América, los Estados impusieron en las escuelas y en el ejército rituales similares a los europeos. En este caso estaban asociados a la construcción de la nacionalidad en territorios poblados por culturas diversas. El nacionalismo no sólo enfrentó a los Estados. En los territorios de algunos de ellos, como en el del Imperio Turco o del Austro-Húngaro, se desarrollaron luchas entre pueblos de distintas nacionalidades. 











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